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Sobre un almacén de barrio Cerro está “El Altillo del Loko” un recinto cargado de pinturas, frases, colores y libros, donde Juan Antonio Correa convoca a amigos de diferentes latitudes a cantar, recitar poemas o simplemente a encontrarse en una charla.
Entre el trajín cotidiano de la balanza del almacén y la charla con los vecinos, late un universo de metáforas y colores vibrantes. Allí habita, trabaja y crea Juan, un hombre que se define con orgullo como "el verdulero del barrio", aunque su reciente mención en los Premios a Letras Inéditas del MEC y su proyección internacional en países como México, España e Italia, cuenten una historia mucho más profunda.
De la poesía social al impacto de un nombre
Tras años escribiendo poesía de corte social, Correa presenta una obra que marca un quiebre en su trayectoria. "Este es un libro diferente a lo que venía haciendo; habla más sobre el amor hacia una persona", explicó al dialogar con @gesor. El motor de este nuevo poemario fue "el impacto de un nombre": Anne-Marie, un disparador que se convirtió en un nombre propio y que funciona como el hilo conductor de una obra que cierra un círculo perfecto.
El libro contó con el "puntillazo final" del reconocido poeta Gerardo Ciancio, quien ayudó a extirpar y retocar textos para dar forma definitiva a un conjunto de poemas que Juan presentó sin ambiciones de concurso organizado por el Ministerio de Educación y Cultura, sino como una vía para "lograr publicar y que la gente te reconozca", en un mercado editorial como el uruguayo donde el autor suele "bancarse" sus propias impresiones.
Internet como tabla de salvación
La historia de Juan con la literatura no fue lineal. Aunque llegó a la poesía de niño, se sintió "castrado por su entorno" en varias etapas de su vida. Tras dejar el liceo en tercer año —una de las cosas de las que más se arrepiente—, el destino lo puso a trabajar en una librería. "Me pagaron el despido con libros de Baudelaire, Bécquer y Machado", recuerda mientras asegura que aún los conserva como tesoros.
Fue la llegada de internet lo que rompió su aislamiento. Desde el anonimato de Facebook, sus textos viajaron a Ecuador y de allí al resto del mundo, antes incluso de ser conocido en Uruguay. "Internet es una herramienta, todo depende de cómo la usemos y con quién te juntes", reflexiona.
Pintura y escritura: El acto de "arrancarse las entrañas"
Para Correa, no hay división entre el pincel y la pluma. Ambos procesos nacen de la intensidad. "Si no me arranco las entrañas para escribir o pintar, no estoy siendo yo mismo", confiesa. Su pintura, de un fuerte impacto cromático y carácter abstracto, dialoga con una poesía que él define como "hermética" o surrealista, pero siempre cargada de "condimentos sociales".
A pesar de su bajo perfil, Juan ha transformado su espacio, "El Altillo Loko", en un centro de encuentros. Para él, el arte no es una búsqueda de rédito económico, sino una lucha contra la desigualdad y una forma de buscar justicia. "El motor es algo que me nace internamente; sería la persona más feliz del mundo viviendo de esto".
Contra el individualismo: La mística del encuentro
En un mundo que describe como lleno de ego e individualismo, Correa reivindica el contacto humano. "No es mirarnos, sino descubrirnos internamente, llegar a la necesidad espiritual del otro". Por eso, su almacén no es solo un comercio; es un lugar donde se escucha, se abraza y se conversa.
Dijo que prefiere la poesía femenina, por su profundidad, y que recurre constantemente a Alejandra Pizarnik. Mientras el vuelve a su esencia sencilla: el hombre que encuentra poesía en el sonido de la calle durante sus caminatas, o en la soledad de la madrugada. El que recolecta tornillos o palos para armar historias de vida, y el que cree, firmemente, que "estamos llenos de poesía", aunque muchos todavía tengan miedo de darla a conocer.
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