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(Escribe Artigas Osores) Cuando el GPS, del auto de Carlitos lo desvió por un camino incorrecto, el paisaje de las cercanías del aeropuerto de Asunción en Paraguay, le mostró una postal natural que lo obligó a detener el auto.
Venía cansado de golpear puertas que no se abrían, de presentar proyectos que eran rechazados y que muchas veces los tiraban a la papelera sin siquiera mirarlos.
En pocas horas regresaría a Uruguay su país natural y estaba convencido de que no volvería más.
Con su mochila cargada de sueños y la botellita de agua que la recargaba en las canillas de agua corriente, no tenía más opción que regresar derrotado.
Porque hasta ese momento no se había dado cuenta que lo que poseía en su interior, tenía muchísimo más valor que los pocos pesos que tenía en la billetera.
Lo que estaba frente a sus ojos no era un milagro, era la expresión del poder de la naturaleza.
De la chimenea de una ladrillera abandonada, dónde antes quizás decenas de obreros o una familia entera pisaba el barro para fabricar ladrillos, dónde antes salía el humo que horneaba los moldes de barro, un árbol habría crecido para la vida poder dar su mensaje de superación y esperanza.
No era un capricho de la naturaleza, Carlos está convencido que fue una maniobra de Dios, para dar su mensaje.
Que ya de regreso a su país, el GPS, lo desviara por la periferia de Asunción, para que viera las ramas de un árbol gigante que había crecido dentro de una chimenea.
Un proceso que duró años desde que la ladrillera fue abandonada y sin casi recibir la luz solar, ni las condiciones naturales para su desarrollo, el árbol, la vida y la naturaleza habían vencido y estaba frente de las pupilas del uruguayo que pretendía desistir de sus sueños.
Regresó al país, llegó la pandemia y con ella se evaporaban los proyectos y sueños de millones de seres humanos, que perdían las vidas de sus seres amados.
El mundo era un caos sanitario, económico y social.
Pero Carlos no paraba de pensar en el árbol de Paraguay como ejemplo de resistencia y resiliencia.
Y cuando a los pocos días la vida se fue normalizando lentamente, Carlos regresó a Asunción.
Conoció a otras personas, dio charlas, le dieron oportunidades y lo ayudaron a concretar sus proyectos y realizar sus sueños.
El uruguayo actualmente vive en Paraguay, tiene su empresa y los fines de semana visita las parroquias más pobres y más lejanas del centro de Asunción.
Le compra a un grupo de mujeres desempleadas que fabrican hamburguesas, toda la producción y el acuerdo es que ellas las repartan entre los más necesitados.
Se qué tiene muchos gestos más, pero se va a enojar conmigo, por eso preservo su identidad.
Cuando hicimos el merendero aquí en el Aparicio, fue de los primeros en colaborar, por eso las noticias que me llegan de Paraguay no me sorprenden para nada.
Porque también conozco sus raíces y sé de sobra que él es un árbol de muy buena madera.
Esto no pretende ser un mensaje para las fiestas navideñas y de fin de año, para que no pierdan las esperanzas ni los sueños.
Esto que acabo de contar, es la historia de un árbol que creció dentro de la chimenea de una ladrillera abandonada en la periferia de Asunción del Paraguay.
Por eso reproduzco la foto.
Para que otras pupilas como las de Carlos las vean y tengan la fuerza interior de luchar y trabajar para salir adelante hasta encontrar la luz del sol.
¡¡Feliz año nuevo!!
Artigas Osores
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