(Escribe prof. Alejandro Carreño T.) De acuerdo con el medio hondureño El Heraldo del martes 2 de diciembre pasado, el padrón electoral de Honduras es de 6,5 millones de votantes, considerando quienes lo hacen en el extranjero. Pero se estima que la abstención estuvo cerca del 50 %, lo que significa que solo algo más de tres millones de hondureños llegaron hasta las urnas el domingo 30 de noviembre. Sorprende el nivel de abstención, pues deja de manifiesto el poco apego del pueblo hondureño por la política y los políticos que la representan. Pero esto sería tema de otra columna.

Personalmente, me sorprende la lentitud con que se han dado a conocer los resultados eleccionarios, en un mundo, se supone, en que la tecnología debe estar al servicio de organismos esenciales del Estado, relacionados con la transparencia de una elección presidencial. No es recomendable para la salud política, ni menos para la transparencia del proceso eleccionario, que después de cinco días aún falte el 20 % de los votos por contar. ¿No será como mucho? Sin entrar en comparaciones, que siempre son odiosas, a mí me parece que sí.

La demora en el conteo ha provocado, de hecho, la reacción de la gente que cuestiona, precisamente, tanto retraso. Fue uno de los propios candidatos presidenciales, Salvador Nasralla, del Partido Liberal, el que agitó las aguas al denunciar que el jueves pasado “a las 03:24 de la madrugada, hora local, “se apagó la pantalla y un algoritmo cambió los datos” y los 1.081.000 de votos que eran suyos pasaron a Asfura, y los 1.073.000 de su rival le fueron dados a él”, según información de Europa Press del 4 de diciembre.

Cierto o no, las declaraciones de Nasralla son una prueba evidente de que la demora en la entrega de los resultados finales no le hace bien a ninguna elección, ni menos presidencial, porque de inmediato asaltan los “malos espíritus”. Más todavía cuando falla la tecnología. Y las palabras de Augusto Aguilar, exmagistrado del ya desaparecido Tribunal Supremo Electoral (TSE), resultan muy pertinentes en este punto: “Creo que la tecnología y los dispositivos tecnológicos que están aplicando no están a la altura del proceso y se cometen errores, por eso se interrumpe la transmisión de los resultados”.

Tiene razón el señor Aguilar. Mejorar la tecnología evita todo tipo de comentario molesto que puede, además, ser insidioso, sobre todo cuando se trata de un padrón electoral tan pequeño como el de Honduras, reducido a algo más de la mitad de quienes efectivamente cumplieron con su deber cívico. En Chile (aunque sean odiosas las comparaciones), votaron más de trece millones y medio en la primera vuelta presidencial del domingo 30 de noviembre, y alrededor de las 20.30 horas de ese día ya se conocían los resultados. Esperemos que, en uno o dos días más, podamos estar comentando el resultado de las elecciones en Honduras.

Pero, por el momento, las tortugas caminan más rápido, y sin tecnología de por medio, que el conteo de votos en el país centroamericano.