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(escribe Sergio Pérez) El ensayo Cultura Ingobernable, de la española Jazmín Beirak, propone una lectura crítica y renovadora que interpela directamente a quienes trabajamos en la gestión, producción o reflexión cultural.
Aunque enmarcado en el contexto español, el libro resuena profundamente en realidades como la nuestra, donde la cultura aún es tratada muchas veces como adorno de campaña, lujo elitista o mera mercancía. Beirak nos propone algo más ambicioso: asumir la cultura como derecho, como campo político y como herramienta colectiva para transformar el mundo.
Desde sus primeras páginas, Cultura Ingobernable interpela la noción hegemónica de cultura. Tal como expresa la autora —y tal como sostiene en la transcripción de una reciente intervención pública—, pensar la cultura únicamente desde las industrias creativas o el patrimonio es reducir su potencia a lo excepcional, a lo especializado, a lo museificado o a lo espectacular. Beirak retoma así la tradición crítica de Raymond Williams y E. P. Thompson para proponer una noción de cultura ordinaria: aquella que se entrelaza con la vida cotidiana, con las prácticas comunitarias, con las formas de hablar, sentir, resistir o transformar el mundo.
Lo más provocador del planteo es su giro conceptual hacia una “cultura no-toda”, noción inspirada en Jacques Lacan, que implica rechazar cualquier intento de clausura o totalización. La cultura, sostiene Beirak, no debe definirse por lo que cabe en una categoría académica o ministerial, sino por su capacidad de desborde, de multiplicidad y de sentido en movimiento. Esta perspectiva supone, en términos de política pública, un llamado a repensar las lógicas de intervención del Estado: más que administrar la cultura como si fuera un bien delimitado, se trata de facilitar su expansión, su apropiación por parte de los colectivos sociales y su condición de derecho ejercido.
Desde esta visión, los derechos culturales se presentan no como un lujo, sino como un componente esencial de la ciudadanía. Beirak denuncia con firmeza la marginalidad política que sufre la cultura en los debates electorales, en la distribución presupuestaria y en las prioridades gubernamentales. La cultura, sostiene, es tratada como adorno, como barniz institucional o como espectáculo de visibilidad, mientras se descuida su función estructural en la configuración de vínculos sociales, identidades y memorias compartidas. En su lugar, propone una militancia cultural que devuelva a la ciudadanía su agencia creativa, interpretativa y transformadora.
En este sentido, uno de los aportes más relevantes del libro es la afirmación de que una buena política cultural es aquella que cultiva la ingobernabilidad de la cultura. Esto no equivale a abandonar el campo cultural al libre juego del mercado —error frecuente en las lógicas neoliberales—, sino a diseñar políticas públicas que garanticen la pluralidad, la descentralización, la participación ciudadana y la sostenibilidad del ecosistema cultural.
Gobernar la cultura, nos dice Beirak, implica aceptar que cuanto más se escape del control institucional, más democrática será.
Cultura Ingobernable se inscribe así en una tradición que desafía las estructuras jerárquicas y normativas de la gestión cultural, apostando por una praxis situada, inclusiva y horizontal. No se trata de idealizar la cultura, sino de devolverle su capacidad operativa para intervenir en la realidad: no como un “objeto mágico” que resuelve los conflictos, sino como un campo desde el cual pensar y actuar colectivamente.
En tiempos de crisis política, polarización ideológica y desafección institucional, la propuesta de Beirak adquiere un carácter urgente. Nos recuerda que la cultura no es el adorno de una sociedad democrática, sino su condición. Y que para construir un futuro más justo, diverso y participativo, es indispensable hacer de la cultura una tarea común, cotidiana y profundamente política.
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