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03 de July del 2025 a las 16:15 -
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Atilio Rapat: 120 años de la guitarra que formó generaciones
“...existe una especie de tronco guitarrístico que después florece en una gran cantidad de guitarristas, intérpretes y docentes:…está formado por Atilio Rapat, Olga Pierri y Abel Carlevaro”.
“...existe una especie de tronco guitarrístico que después florece en una gran cantidad de guitarristas, intérpretes y docentes:…está formado por Atilio Rapat, Olga Pierri y Abel Carlevaro”.

(escribe  Sergio Pérez) El día 3 de julio de 1905 nació en Montevideo el guitarrista y docente Atilio Rapat. De origen muy humilde, su formación en guitarra fue prácticamente autodidacta. Si bien participó de algunos conciertos, tempranamente abandonó esa actividad para dedicarse casi exclusivamente a las clases de guitarra. Algunos de sus discípulos más destacados a nivel nacional e internacional fueron: Óscar Cáceres, Álvaro Córdoba, Oribe Dorrego, Carlos Pedemonte, Antonio Pereira Arias, Amílcar Rodríguez Inda y Daniel Viglietti. En lo popular guió a Jorge Cafrune, Santiago Chalar, Los Olimareños, Osiris Rodríguez Castillos, entre muchos otros. 

El guitarrista y docente Ramiro Agriel en su “Panorama de la guitarra en Uruguay (FONAM, 1996)” afirma: “...existe una especie de tronco guitarrístico que después florece en una gran cantidad de guitarristas, intérpretes y docentes:…está formado por Atilio Rapat, Olga Pierri y Abel Carlevaro”. Se conservan bajo registro apenas la obra “El Poncho” de Eduardo Fabini y la zamba “La tristecita” de Ariel Ramírez. Rapat falleció el 17 de julio de 1988.

Para conmemorar este aniversario, compartimos una entrevista realizada por Guillermo Lopetegui, publicada el dia 31 de Julio de 1983 en el Diario “El Día”. 

 

Maestro Atilio Rapat
EL HUMANISMO REVIVIDO EN UN HOMBRE

Nació en Maldonado y Yaro hace 78 años. A los 17 se fabricó un clavijero de guitarra utilizando como cuerdas hilos de coser. Durante un lustro aprendió absolutamente solo los secretos de ese instrumento heredado de laud y la vigüela gracias a un antiguo pero buen método: el tarantino.

Descubrió a Tárrega luego de presenciar un concierto para guitarra y orquesta lo que lo convirtió en nacido concurrente a la legendaria Casa “Gioscia Hermanos” en donde pasaba largas jornadas revisando los anaqueles repletos de partituras entre los que buscaba todo lo que estuviera firmado por el célebre compositor español: “Recuerdos de la Alhambra”, “Capricho Árabe”…

Los tres meses y medio de aprendizaje de un instrumento tan misterioso en su sonido junto al maestro Felipe Irrazábal. Los cinco años posteriores en los que el alumno se enfrenta solo con un método y consigo mismo se amplían luego gracias a las enseñanzas de lutier mercedario Manuel Galvín Andrade, hijo de sevillanos por entonces por espacio de dos años. La rapidez con que aprende el inquieto alumno es admirable por lo que el profesor y luthier le confiesa que él ya no puede enseñarle nada más.

Queda entonces este otro nuevo maestro quien con el tiempo pasará a ser maestro de maestros. Queda un docente que tanto en su vida como hombre como en su quehacer musical por nombrar una de sus tantas actividades siempre está recordando un principio de Johan Sebastian Bach: “el arte no se enseña se aprende”.

Queda además el humanista ávido de profundizar en otros secretos, las constelaciones, las civilizaciones perdidas, los múltiples ángulos de la naturaleza, la botánica, la fauna o donde desembocará determinado río. Inusuales incursiones a través de las páginas del libro como el manual Merck en su segunda edición, o las moradas filosofales del mítico “Fulcanelli” dedicado a los casi soñados hermanos de Heliópolis. Queda finalmente un ser en quien confluyen las enseñanzas cósmicas y sistemáticas, un ser que asegura que un científico sin imaginación no sirve para nada. Queda un personaje de carne y hueso y espíritu como pocos Atilio Rapat.

PRINCIPIO VERDADERO QUE RESERVA UNA NOCHE.

Aguarda mi llegada parado en el vano de la puerta. Son las diez y media de una noche en el frío mes de junio y luego de algunos desencuentros, al fin se concreta mi visita a la casa del formador de tantas generaciones. Dentro de su casa la habitación es lo suficiente grande, aparte de acogedora, como para tener contra una de las paredes una serie de estantes, que sin embargo no ofician sólo de biblioteca, ya que aparte de una cantidad heterogénea de libros hay un rifle con mira telescópica, una garra de leopardo, dibujos que muestran al maestro en diferentes épocas de su vida. Una foto con la que aparece junto a ese otro grande llamado Abel Carlevaro y otra más pequeña en la que Atilio Rapat luce tocando una guitarra junto a Celina, su hija de 24 años, muchacha que al menos por el testimonio gráfico se muestra sonriente, simpática y tan espontánea como su padre.

Pero la habitación en donde el maestro me recibe no termina ahí, porque contra otra pared encuentro una mesa sobre la que se amontonan más libros, partituras, herramientas, una lámpara portátil y este método de vivir auspiciante de nuevas dimensiones que podemos encontrar dentro de la que vimos. Continúa en el piso de baldosas, continúa en decenas de botellas arrinconadas, algunas vacías y otras aún sin abrir, en cuyas etiquetas se puede leer las más variadas marcas de vino, champán, whisky, ron, refresco, más un termo sobre el que se inclina el maestro, muy abrigado aunque ágil de movimientos y rápido en las reflexiones que tarde o temprano comenzará a transmitirme.

¿Quiere te? está recién hecho - El secreto del termo ha quedado develado y Atilio Rapat busca dos vasos en donde posteriormente vierte una infusión que tal vez por la hora o por lo sugestivo del lugar resulta mucho más sabrosa y aromática de lo que ya es. Finalmente contra otro rincón de ese nocturno e Íntimo hábitat, reducido de enseñanza o de simple y rica conversación descubre una heladera a la que Rapat se acerca horas después para sacar algunos cubitos de hielo.

El maestro se vuelve a la ventana que llena a sus espaldas y señala los bordes oscuros junto a la correa que levanta la veneciana. “Fíjese lo que hace el smog. ¿Sabía - prosigue, vuelto en posición inicial - que a cada nuevo escape de óxido de carbono de los autos y ómnibus se mueren todas las bacterias que andan por el aire? Lo peor que puede existir es el centro, un apartamento en el centro y vivir en él. Y sin embargo seguimos viviendo, gracias a nuestro cuerpo que es un maravilloso laboratorio- Hace lo posible por adaptar todo lo insano que anda por ahí, producto de las ciudades en su mayoría, a nuestras necesidades primarias. Pero yo creo en la naturaleza y en esa constante vuelta del hombre al gran equilibrio que es el medio natural. Me gustaría vivir en una choza junto a un arroyo, dialogando con los animales y las plantas”.

Recuerdo que llegué al 1306 de la calle Andes a entrevistar a en profesor de guitarra, maestro de maestros. Me encuentro con un hombre que me habla de animales y plantas. Y a propósito de estas últimas recuerdo que en una otra entrevista realizada tiempo atrás a otro Atilio, el profesor Lombardo, director honorario del Jardín Botánico, en la oportunidad aquel científico se refirió a la nueva existencia de sentimientos por parte de los pobladores del reino vegetal.

Vuelvo a esa noche de junio de 1983.

Maestro, ¿qué me puede decir de las plantas?

“Ante todo que conforman un aspecto del maravilloso equilibrio cósmico. Además que las plantas tienen la facultad de expresarse de manera muy parecida a los seres del reino animal: sienten terror, alegría o tranquilidad. Todo depende de cómo se las cuide. Por eso me gusta acampar con mis alumnos, hacerles conocer, descubrir los infinitos secretos que encierra la creación de la que nosotros somos una parte absolutamente indivisible.

Una parte de esa ENERGÍA que está en constante dinámica, ¿no es así?

No tenga la menor duda.

Acampar con sus alumnos maestro, ¿cómo definiría su método de enseñanza? ¿utiliza textos?

Muy pocos. Sobre todo lo más importante es que los alumnos hay que inquietarlos, que la parte teórica se asimile a la experiencia vital de cada uno de ellos, de lo contrario la ciencia del instrumento estará aprendida a medias, faltando lo más importante, la imaginación y la inquietud de aprender, partiendo de una necesidad totalmente individual. Un científico sin imaginación no sirve para nada.

Bach decía que el arte no se enseña, se aprende.

Y del método que utiliza Rapat, vuelvo al tema anterior: la naturaleza, los animales, el tema viene “de la garra de un leopardo” que está ornamentando un sector de la pared.

Los animales -cualquier animal - no atacan, asegura el maestro. Un amigo que ya falleció llegó a esa conclusión luego de haber cruzado tres veces el Amazonas solo y una la cordillera de los andes en un viaje que lo llevó siete días de Argentina a Chile. Un hombre muy inteligente. Pero volviendo a mi método, que es el que puede seguir cualquier hombre o mujer de la vida, en la vida, agrega Rapat.

Le recuerdo una cosa: aprender siempre. La vida encierra una posibilidad de aprendizaje que no se agota nunca. La voz futura del pasado, buscar, hablar, interesarse en la más que referida naturaleza.

Tal es el método y el modo de vida de quien ha hecho de cada alumno, seguramente, un hijo, amigo o hermano más, abierto a todo tipo de lectura. Sus inquietudes al respecto oscilan entre el voluminoso ejemplar de farmacopea nacional argentina y el fascículo 4 de “La cuarta dimensión”.

En suma, Atilio Rapat representa una presencia que todos los días se hace más difícil de detectar. Descubrir como los secretos que encierra toda experiencia vital al humanismo, la casi perdida inquietud renacentista por todo lo que está en relación directa con el hombre y su cometido es el tiempo. Dicha inquietud ya se manifestó en aquel Atilio Rapat que una vez siendo adolescente, fue protagonista de algo que marcaría para siempre un nuevo rumbo en su polifacética existencia.

- Un día iba por la calle y me encontré con un ciego que estaba tocando una guitarra.
Recordé que en mi casa había una sin clavijero. Fabriqué una de madera y a la falta de cuerdas utilicé hilo de coser. Otro día, prosigue el maestro amable ante las preguntas que le formulo al respecto de sus orígenes como profesor de guitarra, ahorré algún dinero y me fui al cine Justicia a escuchar la orquesta de Chayne. El abono salía de cuatro centésimos. Volví a mi casa y me puse a sacar la melodía de una de las obras que había escuchado en el justicia con mi guitarra de hilo de coser. Mi padre que tenía un gran oído al igual que mi madre quedó profundamente impresionado por los adelantos que hice esa noche y al otro día me trajo un paquete. “Abrílo - me dijo - .Es para ti”. ¡Yo no lo podía creer!, porque al abrir ese paquete me encontré con una guitarra con cuerdas verdaderas.

Así es como nuestro entrevistado a los 17 años tiene contacto por primera vez con un instrumento del que aprenderá sus más recónditos secretos. Posteriormente vendrán las clases con Felipe Irrazábal quien tenía su lugar de estudio en Sierra y Lima y era profesor de la Sagrada Familia.

Pero yo veía que las clases que tomaba eran un verdadero esfuerzo económico que hacían mis padres. Así que un día les dije que no quería ir más. Seguí estudiando solo durante cinco largos años.

Otro concierto de guitarra permite al futuro maestro conocer a quien será luego el profesor que redondea los estudios que Rapat ha continuado sin ayuda más que de su inteligencia y afán de recuperación: el luthier mercedario Manuel Galvín Andrade.

Él mismo se hacía llamar sevillano pero había nacido en Soriano de padres españoles. Por aquellas épocas Segovia visitó Uruguay y tuve la oportunidad de conocerlo y apreciarlo en todo su arte en el teatro Solís. Galvín quería que Segovia lo visitara en su estudio a fin de que probara una guitarra que el mercedario acababa de fabricar. Pero Segovia nunca fue. Aunque me prometiera que lo haría, era un hombre muy especial y seguramente lo sigue siendo. Cuentan que un día (anécdota Rappat) el maestro fue abordado por un niño a la salida de un teatro en donde acababa de dar un concierto. El niño se acercó y preguntó: “Maestro ¿Usted toca de oído o por música? y Segovia le contestó inmediatamente: “Yo toco por plata”.

Aparte de los grandes consagrados, que me puede decir de las generaciones más jóvenes de guitarristas tanto en Europa como en América y en especial nuestro medio.

En Europa existe una maravilla: Julian Bream. Mientras que en América destacando nuestro medio están surgiendo grandes y prometedores figuras como Eduardo Fernandez por nombrarle a una.

El tema de la guitarra penetra paulatinamente en una conversación donde sin embargo siempre existe un lugar para volver a temas revestidos de universalidad, lo necesaria para que se produzca otro tipo de aproximación con las palabras que el diálogo entre dos individuos, un maestro consagrado y un periodista con mucha menos experiencia que su entrevistado. Pero hay algo que une los seres humanos, y en nuestro caso tal vez sea ese afán de querer aprender, ese afán de querer colocarse en lo posible de frente a los innumerables enigmas que encierran la tierra, las estrellas y ese otro universo llamado el hombre,

-¿Quiere un whisky?
-Como no
-Tomamos en los mismos vasos
-Perfecto

Mientras el maestro se dirige a la heladera que está situada contra un rincón de esa pieza espaciosa en donde se inició nuestra charla, aprovecho para acercarme a uno de los tantos papeles pautados que se hayan apilados en una mesa de madera más pequeña que la otra que contiene todo de todo un poco, “Eric Satie”, “Gimnopedia No. 4”.

Y si bien de esa música sólo tengo en esos momentos de transcripción al papel, la misma parece cobrar sonoridad en mi memoria asimilándose al entorno y haciéndome olvidar que vamos avanzando en la madrugada de una ciudad que afuera de lo contrario va creciendo en silencioso frío.

UN DÍA EN LA VIDA DEL HUMANISTA

El tema de la guitarra, el tema del arte viene y va. Segovia dijo un día que “la verdad en guitarra está en Uruguay”. Alguien podría poner en duda esta afirmación pero la misma es perfectamente creíble desde el momento que Atilio Rapat le ofreció en cierta oportunidad irse a los Estados Unidos impartiendo clases de guitarra a maestros de ese país. El tema de la guitarra nos lleva al misterio que ella misma encierra. Nos lleva a las calles estrechas de una Sevilla florecida y blanca, perfumes que se desprenden de las macetas apoyadas en balcones sugerentes, a los que un día cantara el poeta granadino.

Los maestros del “Cantejondo” tocan casi a escondidas. ¿A qué se debe eso?

Cada uno de ellos considera que tiene una técnica propia diferente a la del otro y que siempre tiene que estar superándose. Cuando la bailaora se va penetrando de la música y efectúa sus figuras del baile, acompañada de un zapateo cada vez más rápido, el guitarrista tiene que esmerarse por igualarla en rapidez de fraseo y de ser posible a hacer que los papeles se inviertan y que sea ella la que tenga que esforzarse por mantener el ritmo acelerado de su arte. Una eterna lucha de aptitudes entre el macho y la hembra según los guitarristas y especialistas del cantejondo y cante flamenco.

Cuénteme un día de su vida.

Duermo cuatro horas diarias. Desde que iba a tercer año de escuela me decían el desvelado. En realidad a no ser las horas que tengo clases o que vienen amigos, colegas, mi hija Celina, hago todo cuanto el cuerpo me lo pide, no cuando las otras horas lo intentan imponer. De allí que durante la noche leo, escucho música o me pongo a mirar las estrellas. Aunque esta última tarea es mucho más linda de llevar a cabo en el campo, en los lugares donde prima la naturaleza. De muy joven me acostumbré a acostarme con el sol. Lo hacíamos con Abel Carlevaro, con quien viví momentos de intensa bohemia. Por las tardes recibía a mis alumnos. Y cuando ya sabía que uno de ellos hacía un ejercicio en el que se equivocaba al llegar a determinada nota, le decía que repitiera toda la clase, y yo acostado tras un biombo dormía cómodamente aunque con la oreja en estado de alerta. En mi casa siempre hay gente a excepción de estas horas la madrugada cuando vuelvo a lo mío aprender siempre de día. Fuera de las clases me dedico a leer libros científicos.

Ya veo. Eel manual “Merck”

Por supuesto. Se lo recomiendo para que vaya aprendiendo a reconocer los síntomas de cualquier enfermedad, así cuando llega el médico usted le facilita el trabajo. Es muy diferente decir “me duele acá” que decir “según tal y tal síntoma principio de infarto no es”. Sonríe rapat y sonrío yo.

Maestro ¿ha compuesto obras para guitarra o cualquier otro instrumento?

Hace 20 o 30 años era lindo, pero no es cuestión de hacer bulto.

¿Cuántas guitarras tiene?

Alrededor de diez- pero las he ido prestando, lo que no quiere decir que un día de estos no salga por ahí a rescatar las de las manos de mis buenos alumnos. Si quieres saber las marcas: “Bianchetti”, “Pereira Velasco”, “Manuel Ramírez”, “Santurión” y la madrileña son algunas.

¿Que compositor prefiere?

el que más profundamente llega a mí es Johan Sebastián Bach. Parece que cantara su música es una eterna alabanza a la vida.

¿Ha viajado?

No. Y no porque no me gustara. Pero las circunstancias de la vida me permitieron viajar por los libros y la música. No me quejo. Es otro mundo, de llegar en espíritu a aquellos lugares geográficos que están distantes.

En lo avanzado de la madrugada dejé atrás la casa de ese.
De este reverso de “Doctor Faustus”, ya que Rapat se siente tan joven como siempre pese a tener casi 80 increíbles años.

Catedrático de guitarra en el Conservatorio Universitario De Música, profesor de profesores y un verdadero humanista en las postrimerías de este controvertido siglo XX. Pero a mi entender, Rapat es algo más que un profesor. Es un eterno joven poseedor de un espíritu inquieto y de una humildad que le permite decir “cuando se aprendió es lindo olvidarlo todo para quedar nuevamente a la espera de todo. Por eso estoy en perpetuo estado de alerta.

Y otra razón a propósito de este mirar las estrellas en las horas nocturnas tanto desde su casa como desde la naturaleza y ese arroyo que corre junto a la choza de sus sueños: “Siempre espero por las eternas verdades del universo me gustaría que me llevaran por esos infinitos caminos estelares, como a un niño que lo está descubriendo todo por primera vez.

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