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(escribe prof. Santiago Zefferino) Hace exactamente 200 años, se desencadenaron una serie de acontecimientos históricos que marcaron, de forma directa, el comienzo de la libertad de la que hoy disfrutamos todos.
En 1825, habían pasado apenas cinco años desde que José Artigas partiera derrotado hacia Paraguay, vencido por los mismos portugueses y, más tarde, brasileros, que los cruzados orientales vinieron a expulsar para dar inicio al camino hacia la independencia.
En medio de estos acontecimientos, Soriano volvió a ser testigo del inicio de otra revolución, como si aquel legendario Grito de Asencio se quisiera rememorar una vez más, y el destino insistiera en convertir esta tierra en el germen de la libertad. Pero ¿en qué contexto histórico se enmarca este desembarco?
Recordemos que, en 1816, el Imperio Portugués invadió nuestro territorio, anexándolo años después bajo el nombre de Provincia Cisplatina. Esta es la razón por la que, hace 200 años, un grupo de valientes decidió declarar este territorio libre e independiente de cualquier poder extranjero. Una libertad que sería escrita a sable y carabina con indeleble sangre oriental, pues las fuerzas invasoras no se retirarían sin luchar.
Cuando hablamos de los "33 Orientales", la imagen de la célebre obra de Juan Manuel Blanes aparece inevitablemente en nuestra mente. Su pintura inmortalizó a los orientales en la Playa de la Graseada, cuyo nombre el tiempo transformó en "Agraciada". Sin embargo, la historia nos invita a preguntarnos año tras año: ¿Eran realmente 33 los orientales que desembarcaron aquel día?
Es indudable que fueron más. Prueba de ello son las 17 listas históricas de participantes, con cifras que oscilan entre 33 y 59 personas. ¿Eran todos orientales? ¿Dónde estaban las personas afrodescendientes que, sabemos, también estuvieron presentes?
Estuvieron allí, en la sombra, reflejo de la sociedad desigual que les tocó vivir. Pero es indiscutible que su presencia fue crucial, pues aquellos orientales impulsaron las primeras leyes de nuestra historia, como la "Libertad de Vientres" en 1825, que estableció la libertad para los hijos de las esclavas.
El número 33, símbolo masónico por excelencia, no nos debe alarmar, ya que fueron las logias masónicas, con sus principios de libertad, igualdad y fraternidad, las que gestaron revoluciones a lo largo del continente. Pero ¿acaso importa el número exacto? ¿O si todos eran orientales? ¿Cambia algo de la historia si eran 33 o 50?
Probablemente no. Lo que realmente importa es que este grupo fue la punta de lanza de un movimiento que, en cuestión de meses, unió a miles bajo un único ideal: la libertad, o morir luchando por ella.
Sabemos que la obra de Blanes no es un retrato fiel de la realidad, sino una idealización al servicio de una nación que se estaba construyendo. Más que hechos, plasmó ideas que perduran en el tiempo.
Entre los hombres que desembarcaron aquel 19 de abril, encontramos al sorianense Santiago Gadea, a quien seguramente reconocemos en la pintura de Blanes, jurando al horizonte con el brazo extendido, porque siempre junto a Artigas, Lavalleja, Rivera, Oribe y otros héroes de nuestra historia, hubo una lanza y un caballo de Soriano. Así fue hace 200 años, cuando la historia los llamó que supieron cumplir con la patria que se estaba gestando y en la que 200 años después usted y yo vivimos.
Es cierto que no nació la "Patria Grande" soñada por Artigas, pero sí una patria de hombres y mujeres que lucharon con fervor por el derecho de que la soberanía radica únicamente en el pueblo oriental y no en los imperios que se turnaron para invadirnos y conquistarnos.
No había otra opción para aquella generación; todo se resumía en la libertad o la muerte. Y ese espíritu quedó inmortalizado en esa hermosa bandera que flamea un día como hoy.
Hace dos siglos, en la Playa de la Agraciada, se escribió un capítulo decisivo de nuestra historia. Un grupo de valientes orientales, guiados por el ideal de libertad y la fuerza de su unión, encendió una llama que iluminó el camino de generaciones y es nuestro deber que las generaciones actuales y las que vendrán, continúen ese legado de enseñanza de la historia que conserva valores que son la columna vertebral de nuestra sociedad. Es nuestro deber que sus hijos sepan estas historias que son mucho más importante que cualquier historia de tik tok, una falsa noticia u otra noticia que se hace indiferente entre un mar de información que termina desinformando. Esa es la cruzada que nosotros debemos realizar en la actualidad 200 años después; esa es nuestra revolución, esa es nuestra cruzada, ya sin sables ni carabinas, sino contra algo más difícil de vencer: la post verdad y la desinformación de los tiempos que corren.
Aquellos orientales nos enseñaron que, en los momentos críticos, la unión, más allá de diferencias y pasiones, es clave para superar cualquier crisis. Ese es su mensaje y su legado, y nuestra responsabilidad es honrarlo. Nuestra responsabilidad es que sus hijos no se olviden de su historia, porque también es su propia historia.
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