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(escribe prof. Alejandro Carreño T.) Tiene razón Mario Vargas Llosa. No debiera angustiar a nadie, pero entristece. Los perros de la ciudad están de luto y la Casa Verde seguramente no atenderá por estos días. Es que no están los ánimos para los placeres carnales ni cosas por el estilo. También es cierto que la muerte deja muchas cosas sin resolver, como la duda de Santiago Zavala, “Zavalita”, esa duda ontológica que Vargas Llosa nunca le aclaró allá, en La Catedral: ¿En qué momento se había jodido el Perú? Solo queda la especulación.
En la última entrevista que el escritor dio a BBC Mundo en mayo de 2019, y que el medio reproduce ahora, comenta sobre la muerte, a propósito de los estudios que se hacen en Silicon Valley para combatir la vejez e incluso la muerte: “La muerte a mí no me angustia. Hombre, la vida tiene eso de maravilloso: si viviéramos para siempre sería enormemente aburrida, mecánica. Si fuéramos eternos sería algo espantoso” (https://www.bbc.com/mundo/articles/c793q244yj1o). Pero no, “la vida es la vida”, como le dice Marisita a Panchito, que habla en su frente de “mariconerías”, al final de esa novela que es una pregunta: “¿Quién mató a Palomino Molero?”.
Y la vida tiene sus cosas con sus idas y venidas que se repiten tanto en la ficción como en la realidad, como la muerte. Por eso Mario Vargas Llosa creía “que la vida es tan maravillosa precisamente porque tiene un fin”. ¿Se habrá enterado Lituma, allá en los Andes de la muerte de su creador? ¿Lo habrá perdonado por enviarlo a las brasas del frío “lejos de su calorcito y de su gente”, como le dice el Teniente? No creo, en todo caso, que a su creador le importara mucho lo que pensara Lituma, o cualquiera de sus otros personajes, que por décadas nos acompañaron y formaron parte de nuestras propias vidas.
Al escritor le importaba no morir en vida. Esa expresión cuyo sentido es el sinsentido si lo tomamos literalmente, puesto que solo muere lo que está vivo. Pero, claro, “morir en vida” es “echarse a morir”, dejar de hacer lo que solemos hacer cuando podemos hacerlo. Perder la ilusión. Dejar de soñar. Y Mario Vargas Llosa no quería, como Pedro Páramo, esperar sentado la muerte. Perú lo llamaba, como a Toño Azpilcueta, ese personaje quijotesco de Le dedico mi silencio, su última novela-ensayo, que pensaba en un Perú diferente, unido por la música, por la cultura popular simbolizada por Lalo Molfino, el guitarrista.
Porque el Perú es el país de “todas las sangres”, como lo llamó otro peruano, el escritor José María Arguedas, y que Vargas Llosa recuerda en su discurso “Elogio de la lectura y la ficción”, en la ceremonia en que es galardonado con el Premio Nobel. “No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales”. Mario Vargas Llosa se confunde con Toño Azpilcueta, el alter ego de su última novela. Ambos son la versión quijotesca de letras y de sangre que sueñan con otro Perú más justo y unido.
Por eso, Perú es para Mario Vargas Llosa como el Aleph borgiano, “en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!”, nos dice en su discurso del 7 de diciembre de 2010 en Estocolmo. Y en cada una de sus obras una parte de ese mundo, con sus vicios y virtudes, se desgrana en la ciudad, en la sierra o en la selva, para enseñarnos qué es el Perú, su gente de tantas razas, lenguas y creencias, su cultura, su geografía, sus conflictos políticos y sexuales. Un Perú de “todas las sangres” como lo llamó José María Arguedas, con sus miserias, grandezas y corrupciones.
¿Continuarán las prostitutas, las “visitadoras”, satisfaciendo los apetitos sexuales de los soldados del Ejército en la Amazonía Peruana? A lo mejor el capitán Pantaleón Pantoja ha decretado duelo por estos días. ¡Cómo saberlo! Lo que sí sabemos es que las prostitutas se encuentran dispersas en muchas de sus novelas y que él mismo tuvo su iniciación sexual con una de ellas en el jirón Guatica, de la Victoria. “El jirón del pecado”, le cuenta Vargas Llosa a Ricardo A. Setti en Diálogo con Vargas Llosa, Inter Mundo, Buenos Aires, 1989, p.117). “Debía tener en ese tiempo 13, 14 años”, le comenta.
¿Y el maldito Judas se aparece aún por los baños del Colegio Champagnat, castrando adolescentes, como Cuéllar, “Pichula Cuéllar”? Esos cachorros que se pasean por la Lima del barrio Miraflores y recorremos con ellos, ya adultos, calles, plazas, cervecerías y conocemos el trágico fin de “Pichulita” Cuéllar. Y, ¿qué fue de la tía Julia, la de carne y hueso, la primera esposa de Mario, vive todavía en Cochabamba, Bolivia? Lo pregunto porque, después de todo, Varguitas, el personaje de La Tía Julia y el Escribidor, nace de la propia historia de Mario Vargas Llosa y su matrimonio con su tía política, diez años mayor, Julia Urquidi Illanes.
¿Vive Alejandro Mayta, el guerrillero frustrado que inicia la guerrilla en Jauja, en los Andes? Es en París, leyendo una breve noticia en Le Monde, que Mario Vargas Llosa se entera de este episodio, la primera insurrección del Perú, que se inicia en la novela Historia de Mayta en 1958, pero que, en realidad, ocurre después de la Revolución Cubana, y que el escritor decide situarla antes. ¿Se enteró alguna vez de que su historia se confunde con la ficción?
En fin, el universo creado por Mario Vargas Llosa es esencialmente peruano, porque al Perú, nos dice, “lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé”. Sus personajes, estén donde estén y sean como sean, son portadores de ese Perú variopinto que él soñó, al igual que Toño Azpilcueta, más unido y más justo.
¿Lo habrá pillado la muerte cuando escribía ese ensayo sobre Jean Paul Sartre, prometido en esa nota aclaratoria al final de Le dedico mi silencio, y que sería lo último que escribiría?
Yo espero que sí, porque así quería morir, "que la muerte me hallara escribiendo, como un accidente".
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