(escribe prof. Alejandro Carreño T. ) . Lo que pasa es que el mundo hace rato que se pregunta si regula bien, o tiene algún “cable pelado” que le hace ser y parecer un personaje tan extraño. Y no solo políticamente hablando. No sé si “extraño” es el término más apropiado. Tal vez “exótico” le convenga más, en la segunda acepción de la RAE, que recoge también “chocante” y “extravagante”. De cualquier forma, y sea cual sea la expresión que mejor le acomode, es un personaje que, tengo certeza, se cree un superhéroe al servicio de su país.

Pero Mighty Mouse es también un superhéroe, cuyo nombre original como se sabe es Super Mouse. El Super Ratón, ese personaje de ficción, parodia de otro personaje de ficción, Superman. ¿Se sentirá Donald Trump alguno de estos personajes de ficción? Quién sabe. Pero ninguno de estos superhéroes tenía indicios de locura o era magalómano. Eran bien equilibrados en su poder sobrenatural siempre al servicio del bien. Tampoco eran amantes del espectáculo. Y Trump adora el espectáculo con declaraciones rimbombantes que provoquen algún tipo de reacción planetaria, porque le encanta ser “complejito de florero” o “pileta de plaza”.

“Complejito de florero” o “pileta de plaza”, en Chile, se refiere a aquella persona que le encanta ser el centro de atracción. Trump se siente así: objeto de contemplación. Y tiene razón. El mundo lo contempla entre asombrado, temeroso y resignado por sus declaraciones ridículas, amenazantes muchas veces, su lenguaje desbocado y sus acciones arrebatadas de escolar de escuela básica, como la orden ejecutiva que acaba de firmar para eliminar las restricciones de presión del agua en duchas y electrodomésticos, cumpliendo una promesa de campaña. “Me gusta darme una buena ducha para cuidar mi hermoso cabello“. El medio Washington Post le dijo que era ridículo.

Es que Donald Trump es ridículo. Vive en un mundo, su mundo, La Casa Blanca, de donde se siente dueño de los destinos del planeta, como un monarca de su reino. En su libro La Civilización del espectáculo, Mario Vargas Llosa dice que “el cómico es el rey”. Es cierto, el mundo está lleno de reyes, pero pocos como el presidente estadounidense, cuyas consignas políticas brillan por su falta de inteligencia, pero se sustentan en su megalomanía e histriónicas actuaciones: Comprar Groenlandia anexar Canadá, invadir México o iniciar una guerra económica con desastrosas consecuencias para su propio país.

Pero como rey y cómico hablan el mismo idioma, la Casa Blanca congeló por tres meses la guerra económica, que solo mantuvo con China. “La gente estaba empezando a ponerse nerviosa”, dijo el miércoles pasado. Y como monarca bondadoso y caritativo, comentó que su decisión la redactó en la mañana y fue escrita con el corazón. Por eso estaba bien escrito: “También estuvo bien escrito, pero fue escrito con el corazón”. Y para ejemplificar su decisión declaró: “El mercado de bonos ahora mismo es precioso”. El lenguaje es propio de un rey vanidoso, sin sustancia. Intelectualmente pobre.

“Escrito con el corazón” y “mercado de bonos precioso” parecen más frases de radio tipo “Corazón” o de programas televisivos de entretención masiva para la plebe, que reflexiones sobre la gravedad de la situación que él mismo ha generado. Y como la gente se “estaba poniendo nerviosa”, le quitamos los nervios con mensajes melosos que no responden a una escala axiológica en la que los valores se miden por la sustancialidad del mensaje y no por superficialidades propias de un frívolo. Un veleidoso que ha hecho de su tabla valórica trastocada y desequilibrada, el catecismo de su mandato presidencial.

Sí, Donald Trump es un presidente nada serio, pero sí muy chacotero.