(escribe prof. Alejandro Carreño T.) El caso “Criptomoneda” tiene al presidente argentino más que complicado, no solo por la pérdida de credibilidad y la vergüenza ante el craso error cometido a través de su propia cuenta personal de X, sino porque la justicia comenzó el viernes pasado la investigación por el escándalo en el que él mismo se metió y del que ahora no sabe cómo salir de él, o intenta hacerlo de la manera menos apropiada. Es que Javier Milei podrá estar quemándose en el Infierno o dónde sea, pero su orgullo y soberbia lo acompañarán hasta el fin de sus días.
Primero, culpó a los inversionistas, lavándose las manos y librándose de cualquier culpa. “¿Si vas al casino y perdés plata, ¿cuál es el reclamo? El problema para Milei es que los inversionistas no fueron a ningún casino, sino que creyeron en su efusivo mensaje en X de apoyo a $LIBRA, la criptomoneda que llevaría a la Argentina y a quienes invirtieran en ella, a la gloria financiera. Al presidente argentino, que no es tonto, todo lo que falta en humildad y espíritu crítico sobre sí mismo, le sobra en soberbia.
Soberbia que luego vino acompañada de franca agresión contra sus críticos: “A las ratas inmundas de la casta política que quieren aprovecha esta situación para hacer daño, les quiero decir que todos los días confirman lo rastrero que son los políticos, y aumentan nuestra convicción de sacarlos a patadas en el culo”. El Presidente Milei actúa como un colegial que, al sentirse acorralado y sin argumentos para defenderse de los cuestionamientos por los errores cometidos, acude a la violencia verbal para intentar acallar las críticas.
El segundo problema para Milei, es que él no es un colegial, sino el presidente de cincuenta millones de argentinos que ahora lo ven como a un boxeador que, perdido por los golpes del adversario, va de tumbo en tumbo por el cuadrilátero esperando que el gong suene. Campanita salva, como dicen los escolares. Pero, parece que la campanita de este cuadrilátero es de goma, porque por más que la toquen, no suena, nadie le tira un salvavidas, y la Justicia lo tiene en la mira junto a otros cuatro involucrados en el escándalo. 
¿No sería más fácil para su propia autodefensa, asumir su error, disculparse ante sus compatriotas y extranjeros que creyeron en él, bajarse del Olimpo en que se siente el Zeus Político, y enfrentar con honesta humildad los malos momentos que vive y vivirá? Un Presidente de la República tiene algo más importante que su propia vanidad que defender y proteger: los destinos de su país. Los egos desmedidos, desproporcionados y surrealistas de un mandatario, no representan nada más que su falta de capacidad e inteligencia para enfrentar sus propias faltas.
Solo espero que a Javier Milei no le dé ahora por creerse Rey de América Latina, porque para reyes desvariados, ya basta con Donald Trump.