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(escribe prof. Alejandro Carreño T.) Dice el refrán que “El pez grande se come al chico”, lo que significa, de acuerdo con el sitio del Centro Virtual Cervantes, que “alguien abusa de su fuerza o poder”. Las pequeñas empresas, por ejemplo, sufren la diaria presión de las multinacionales, del mismo modo que el boliche de la esquina sufre la presión del supermercado de la otra esquina. No debiera ser, pero lo es: todos abusan de su poder. Los estados totalitarios también. Y las relaciones internacionales las administran las grandes potencias.
La paremia “El pez grande se come al chico” la sienten en carne propia los países pequeños, que son la mayoría planetaria. Pequeños ya sea en territorio, en riquezas o en poderío armamentista que es, al final, lo que hace que un pez grande lo sea. Los peces grandes se imponen, como dice el Escudo Nacional de Chile, “Por la razón o la fuerza”. Los Estados Unidos son un pez grande, tal vez el más poderoso de la tierra. Y su poderío se hace más o menos ostentoso según quien lo gobierne. Ninguna diferencia con las otras grandes potencias contadas con los dedos de una mano.
Pero, lo gobierne quien lo gobierne, impondrán sus condiciones de manera más humana y gentil, diplomática, digamos; o simplemente, a rebencazo limpio. Hoy está en la Casa Blanca Donald Trump, la imagen perfecta de esos hacendados de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, amos absolutos que administran su fundo a su antojo. Y el fundo de ellos suele no tener límites. ¿Cómo lidiar con terratenientes geopolíticos como Donald Trump y su poder, cuando se es tan pequeño como Colombia?
Evidentemente no con chorezas, porque se las quitarán de un solo zarpazo. Gustavo Petro, el presidente colombiano, lo hizo: impidió que dos aviones militares estadounidenses con inmigrantes compatriotas, ilegales, aterrizaran en suelo colombiano, y la respuesta de Trump no se hizo esperar con una serie de medidas que, evidentemente, serían económicamente desastrosas para Colombia. Pero, además, abrirían una crisis diplomática que podría, perfectamente, extenderse por toda América Latina.
No es que el Presidente Petro no tenga razón. Los seres humanos deben ser tratados con dignidad, más aún si no son delincuentes, lo que no niega el derecho de los Estados Unidos, ni de ningún otro estado soberano, de deportar a los inmigrantes ilegales de su territorio. Pero no deben ser tratados como delincuentes comunes, esposados y encadenados, como denunciaron inmigrantes colombianos y brasileños. Trump debe comprender que los inmigrantes no son animales ni esclavos históricos.
Trump debe comprender, además, que no son el mundo. Son parte del mundo. Es cierto que el mundo los necesita, pero no deben olvidar que ellos también necesitan del mundo. Que las relaciones humanas y con mayor razón las relaciones internacionales requieren de humanidad y diplomacia cuando no se trata de delincuentes. La figura de Superman que quede en el cómic, pues la realidad está hecha por hombres y mujeres anónimos que son, en definitiva, quienes, con el sudor de su frente, mueven el eje de la Tierra.
Los choros, de un lado y de otro, y sus chorezas, no son nada más que un problema para el mundo.
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