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Uno puede ser supersticioso y tener mil manías, todos tenemos algo de raro, “de cerca nadie es normal” dijo cierta vez Caetano Veloso.
Pero nadie que yo conocí hasta ahora, era como él Tano Arrúe.
Aquel mediocampista rudo y torpe que alguna vez supo vestir la camisa del Club Ferrocarril Oeste, por lo menos así lo recuerdo cuando era joven.
No sé si seguirá igual, al final uno después de viejo pierde las manías y todas esas locuras que uno hace cuando pebete y cuando las recuerda y las cuenta como anécdotas cuando se junta con los amigos, se termina cagando de la risa.
Creo que todo comenzó cuando con poco más de trece años comenzó a trabajar en Casa Borio como mandadero y cada vez que cobraba la semana le daba la mitad de los pocos pesos que ganaba a su madre Doña Dominga. La otra mitad la guardaba en una lata vacía de Corned beef para juntar hasta que le diera para comprar una bicicleta usada en algún remate.
Nosotros también trabajábamos a esa edad y como el Tano, también teníamos esa costumbre de ayudar a la vieja, toda nuestra generación lo hacía, “había que ayudar en las casas” como se decía antes, para parar la olla.
Desde que se fijó esa idea en la cabeza el Tano jamás anduvo contraflecha. Lo digo antes, mucho antes de conseguir juntar la plata para comprarse la bici, caminando ya no andaba contraflecha.
Bajaba desde la esquina de calle Artigas y Piedras derechito cuesta abajo en dirección al río y después doblaba en calle Roosevelt a la izquierda hasta llegar a la tienda donde trabajaba.
Después de barrer el local y juntar en el fondo del depósito toda la basura, junto con las cajas desarmadas de cartón y las bolsas de nailon, el encargado lo mandaba a la panadería “Picasso” que quedaba a la cuadra en la esquina de Colón y Rodó, pero cuando volvía con la bolsa de bizcochos y algunas galletas malteadas, daba toda la vuelta a la manzana para no andar contraflecha.
Seguía por Rodó, doblaba en Artigas y luego en Roosevelt, hasta llegar de nuevo al lugar de trabajo.
O cuando lo mandaban hacer algún depósito al Banco República que aún está en el mismo lugar, al sur, en la esquina de abajo, entonces el Tano daba toda una vuelta de tres cuadras, para no andar contraflecha hasta llegar al banco.
Esta manía era causa de risas y bromas de todos los vendedores y la irritación y el enojo del encargado y hasta del mismo dueño, porque demoraba mucho en cada mandado que hacía.
Varias veces fue advertido por esa actitud e incluso hasta amenazado de perder el trabajo.
Pero su humildad, la puntualidad, educación, respeto y honestidad, hacía que tanto el encargado, como Don Carlos Borio, le toleraran esa costumbre rara que tenía.
Hasta los mozos del bar “Bristol” y el propio Holfito Caresani le hacían cachadas, por esa su manía de nunca andar contraflecha cuando caminaba.
Fue tanta la presión que recibió mi amigo de la adolescencia, que llegó a decir para defenderse que lo hacía como cábala para que Soriano saliera campeón del Litoral.
Pero uno de esos sábados calurosos al mediodía de inicios de febrero, allá por los setenta, lo mandaron al muchacho a llevar un traje al hotel Brisas del Hum, para un cliente importante que estaba apurado.
Y el Tano ese día, por primera vez, agarró contraflecha por calle Colón, cruzó la plaza Independencia y entregó el traje en el hotel.
Esa misma noche de sábado nuestra selección de Soriano que precisaba sólo empatar para salir campeón del Litoral, perdió de local en el Köster, tres a cero para Paysandú.
Nadie nunca se lo perdonó al Tano.
El lunes cuando se presentó al trabajo fue despedido y pasarían más de cinco años, para que al final mi amigo el Tano Arrúe, comprara la tan soñada bicicleta usada en un remate.
Artigas Osores
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