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(escribe prof. Alejandro Carreño T.) Todos los gobiernos, en cualquier lugar del mundo, quieren dejar su marca registrada para la historia. Su legado político que se traduce en obras que las futuras generaciones reconocerán y recordarán en los libros de Historia. ¿Existirá esta disciplina en Chile en un futuro no muy lejano, o se reducirá a unos cuantos nombres, unas cuantas fechas y algunas ideologías, predominantes por las buenas o por las malas? En realidad, sin ser pesimista, lo ignoro. Pero sí tengo certeza de algo: de los legados del Presidente Gabriel Boric y su gobierno.
Sí, “legados”, porque en estos tres años en La Moneda, tres están claramente definidos: corrupción, “pitutismo” y denuncias por abuso sexual. En esta columna hablaremos del último, que es el que está de moda, porque los otros dos venían, al parecer, en el “programa de gobierno” del Presidente y su coalición. Les dedicaremos, de todas maneras, algunas líneas. Sobre el primero, solo decir que una columna no es suficiente, ni menos un par de líneas. Merece por lo menos un reportaje.
Pero el segundo se puede definir así: privilegiar con el poder que le confiere la autoridad, a familiares, amigos o conocidos, dándoles prebendas y empleos públicos. En este sentido, el Presidente Boric es un “pitutero” de tomo y lomo. Pero uno de sus eslóganes de campaña presidencial era: “En el Chile que construiremos no habrá espacio para el pituto, porque es de sentido común, y regularemos el salario del presidente, ministros y parlamentarios” (tuit del 6 de diciembre de 2021). Por cierto, era solo eso: un eslogan de campaña para atraer a incautos.
A la luz de la impresionante cantidad de amigos hoy apitutados por él en embajadas, ministerios, subsecretarías y en las diferentes reparticiones públicas del país, Gabriel Boric ya es el “Rey del Pituto”. Y este pituterío se multiplica por obra y gracia de sus ministros y otros funcionarios públicos de alto rango. Y, del mismo modo que los pitutos se tomaron La Moneda, los problemas sexuales también llegaron para quedarse en el Palacio Presidencial. Todos, por supuesto, muy escondidos hasta que la prensa libre los destapó.
El primero, el que lleva mucho tiempo en las portadas de todos los medios es el “caso Monsalve”, hoy en la privilegiada cárcel Capitán Yáber, luego de ser sacado de la cárcel común de Rancagua, a pocos kilómetros de Santiago, por la amenaza de una mujer que podría “poner en riesgo su vida”. Manuel Monsalve estaba a cargo de la seguridad del país, pues era subsecretario del ministerio del Interior. Imputado por acoso sexual y violación a una subalterna. Utilizó los servicios de Inteligencia de la PPDI. Su caso se supo gracias a la publicación del diario La Segunda.
En medio de todo el escándalo “Monsalve”, que en su momento fue protegido por un pacto de silencio entre el Presidente y la jefa del ahora preso esxsubsecretario, la ministra del Interior Carolina Tohá, estaba el caso “Boric” que se mantuvo escondido por más de dos meses: una acusación en contra del Presidente por acoso sexual y difusión de imágenes íntimas. Otro pacto de silencio ahora con Comité Político incluido. Con el paso de los días la denuncia quedó solo enfocada en la difusión de imágenes íntimas.
Pero esta semana se destapó un nuevo escándalo: otra funcionaria de Palacio fue brutalmente acosada sexualmente por un colega que fue protegido por su jefa. Esta funcionaria fue despedida después de 13 años de servicio. Sin embargo, denunció a la Justicia el atropello sufrido no solo sexual sino también laboral. El Estado se hizo representar por el Consejo de Defensa del Estado (CDE). El juicio lo perdió el Estado de Chile y tuvo que pagarle a la víctima más de 40 millones de pesos (plata de los contribuyentes, ciertamente).
Como es de suponer, nada se sabía de este acuerdo hasta que el diario La Tercera lo hizo público. Es decir, La Moneda ya no solo es un hervidero de malas prácticas políticas que tienen al país en la bancarrota, sino que, además, se ha convertido en foco de avispas vinculados a escándalos sexuales que permanecen ocultos hasta que la prensa libre los da a conocer a una ciudadanía que, hace mucho tiempo, perdió la capacidad de asombro ante los desmanes de un gobierno que ha hecho de la corrupción, la mentira y otras cosillas, su marca registrada.
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