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(escribe prof. Alejandro Carreño T. ) A menos diez días de las elecciones presidenciales en Venezuela, el camino hacia el Palacio de Miraflores, sede del gobierno venezolano, se tiñe con los colores de la amenaza proclamada por Maduro. Amenaza que en tono menor ya había declarado en febrero de este año: "Por las buenas o por las malas", ante "cualquier circunstancia o invento imperialista oligárquico".
La obsesión de todo izquierdista es el neocapitalismo representado por el imperialismo yanqui. En Chile es el mismo ADN. Pero ahora Maduro subió los decibeles de su amenaza y derechamente habló de derramar la sangre del pueblo venezolano. En una intervención en la localidad de La Vega, al oeste de Caracas, dijo que "el destino de Venezuela, en el siglo XXI, depende de nuestra victoria el 28 de julio". Como suele ocurrir también con los dictadores, que se autoproclaman mesías salvadores de la patria, Maduro no podía ser la excepción.
Es con ellos que dependen los destinos laboriosos de Venezuela. Los otros representan el abismo, la destrucción, la perdición. Y su arenga, como si se tratase de una batalla de vida o muerte, se vistió con las ropas de la sangre y la seducción: "Si no quieren que Venezuela caiga en un baño de sangre, en una guerra civil fratricida, producto de los fascistas, garanticemos el más grande éxito, la más grande victoria de la historia electoral de nuestro pueblo". Y, por supuesto, los fascistas serían los responsables. No ellos.
Nunca entendí que una contienda electoral fuese una "guerra civil fratricida", en la que uno de los dos bandos fuese el culpable de que el pueblo los eligiera libremente en las urnas. Por el contrario, una contienda electoral debiera ser un momento de alegría para el pueblo que escoge libremente su destino, aunque este se convierta más tarde en un velero en medio de una tempestad, como lo que vivimos los chilenos en estos momentos con el gobierno de Gabriel Boric. Se sufre en silencio la derrota, pero la paz y la democracia nunca debieran ser transables.
Maduro especula más con la paz que con la democracia, en la que nunca ha creído, y presiona a la gente con la seducción del lenguaje zalamero: "Mientras más contundente sea la victoria, más garantías de paz vamos a tener. Mientras más contundente sean los votos, más garantías de futuro le vamos a garantizar a estas niñas, a estos niños". Qué mejor que usar a los niños para evitar "un baño de sangre", garantizar la paz y un futuro luminoso para ellos. Nada de esto puede llegar del otro lado, del fascismo tendencioso.
El pueblo venezolano vive días de angustia. Se comprende. No es fácil estar tranquilo ante un panorama tan espeluznante como el anunciado por el propio presidente. Tan espeluznante y tan descarado al mismo tiempo porque, ¿qué ocurrirá si, efectivamente, triunfa la oposición en las elecciones del próximo 28 de julio? Y no es una utopía. Todas las encuestas de opinión la dan como ganadora. Por eso la sangrienta advertencia de Maduro, pues ya no hay tiempo para amenazas tibias ni tampoco para defraudar el proceso a días de las elecciones.
El mundo democrático, por lo menos el de la región, debiera preguntarse qué tipo de gobernante es Nicolás Maduro, que juega con el miedo de su pueblo para alcanzar el poder. Que manipula la miseria humana con baños de sangre para sentirse un demócrata victorioso. Ni el legendario Señor Presidente de la clásica novela de Miguel Ángel Asturias, el segundo Nobel Latinoamericano de Literatura, fue tan desgraciado.
Maduro fue siempre un peligro.porwue cree en el poder dictatorial y porque ,además, es ignorante y muy limitado.Esperemos que la amenaza de sangre no tenga efecto sobre el voto popular
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