(escribe prof. Alejandro Carreño T.)  Santo Tomás de Aquino decía que temía al hombre de un solo libro. Hoy, entonces, viviría dominado por el pavor. Por lo menos en Chile, sumergido en las profundidades de una ausencia de cultura libresca como nunca se vio en su historia. Hasta no hace mucho, era común ver en los buses de la locomoción colectiva lectores ensimismados en sus libros. Una realidad reemplazada por vendedores de todo tipo, músicos agresivos y toda suerte de personajes que molestan a los pasajeros con sus intervenciones y groserías. Es la nueva cultura social del país, dominada por la cultura narco, la misma que querían llevar al Festival de Viña del Mar.
Aun así, esa cultura decadente y agresiva ocupa las páginas de muchos libros y ciertamente de otros muchos que vendrán. El Día del Libro los celebra a todos. Al final de cuentas, como decía Mallarmé, en el fondo, el mundo estaba hecho para terminar en un bello libro. Ignoro a qué se refería el poeta "maldito" con "bello". Y tampoco viene al caso en esta columna. Pero sí comparto la idea de que el mundo y todo lo que en él habita, está hecho para ser un libro. Incluso el libro como parte del mundo. Jorge Luis Borges nos enseñó hace tiempo esta jugarreta que aprendió de Quijote y sus artimañas de sueños y ensueños. 
Miguel de Cervantes, el inmortal que abrió con don Quijote senderos insospechados para la literatura universal, vive hoy en todos los libros y todos los libros viven en él, en este juego de realidades y de sueños. De este modo, la literatura es el encuentro de todos los autores; mejor, de todos los hombres. "Toda aventura individual", dice Borges, "enriquece el orden de todos y el tiempo legaliza innovaciones y les otorga virtud justificativa". En esto consiste, precisamente, la lección de Quijote y su personaje y su eternidad consagrada en libros, lenguas y culturas. En esa universalidad en la que se encuentran los hombres de todos los tiempos.

El vasto universo de la obra de William Shakespeare, con sus personajes portadores de las virtudes y defectos de los hombres, ha sido también fuente de inspiración de muchos libros que construyeron sus historias desde la universalidad shakesperiana. Es el caso de Mundo Feliz, por ejemplo, el libro de Aldous Huxley que se anticipó por décadas a una realidad que los hombres demoraron en entender. En el mundo de El Salvaje y el Soma, los libros de Shakespeare se cruzan y entrecruzan en la narración. La Tempestad, Romeo y Julieta, El Rey Lear, Julio César, Hamlet, Otelo, evidenciando la enorme influencia de su obra en la literatura.
Por eso, en el Día del Libro se les recuerda a Cervantes y a Shakespeare con la admiración que proyectan sus obras, que trascienden su tiempo y son la savia incombustible de otras ficciones, de otras realidades. De otros libros. "De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación". Y Borges sabía de libros.
Vivamos el libro. Los libros. Seamos sus amigos; no sus enemigos. Ellos nos merecen y nosotros los merecemos. Busquemos en ellos esas vidas que nunca viviremos, para que nuestra propia vida se enriquezca con sus peripecias, con sus historias y con sus sueños. Después de todo, nosotros, lectores, somos coautores navegantes del libro. Y cada libro es Argo, la nave mitológica en la que se embarcaron Jasón y los argonautas en busca del Vellocino de Oro, del mismo modo que nos embarcamos nosotros toda vez que leemos un libro. 
Los libros guardan la memoria y los sueños de la humanidad. Ese Vellocino de Oro que nos espera en cada uno de ellos. Por eso, la lectura debe ser un acto de felicidad. 
Y a nadie se le puede obligar a ser feliz.