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(escribe prof. Alejandro Carreño T.) La Moneda es el Palacio Presidencial desde donde se jode, hoy como nunca, a todo Chile. En ella “habitan”, verbo predilecto de sus habitantes, quienes dirigen los desatinos que repercuten negativamente en la convivencia social, la paz ciudadana y la propia institucionalidad. El gobierno de Gabriel Boric es un gobierno de aprendices fracasados, que asumieron el poder con la arrogante y destemplada convicción de que eran superiores moralmente a toda la clase política que les precedió, tal como lo expresó el exministro y amigo íntimo del Presidente, Giorgio Jackson, hoy preocupado de “limpiar su honra repartiendo querellas a granel”.
Superioridad moral que ilustraba la estulticia de quienes se creían, y se creen, personajes públicos por sobre el juicio público. Políticos por sobre el bien y el mal. Verdaderos mesías refundadores de Chile. Una generación, en una palabra, de impolutos Iluminados. Pero la odiosa realidad los desnudó en su ser y quehacer desde el momento que “habitaron” La Moneda, y los malos olores de este mundo vaporizaron todo el territorio nacional. La corrupción, como un cáncer metastásico, fue apareciendo en las diferentes oficinas y reparticiones públicas, y la supuesta superioridad moral se fue por las alcantarillas.
Llegaron por miles los inmigrantes indocumentados. Juntos con ellos miles de delincuentes. Y el crimen organizado, representado por carteles famosos oriundos de otras regiones, se instalaron en Chile. Con toda esta ralea más la nacional, disminuida eso sí ante el talento creativo de los narcos extranjeros, se desataron las balaceras cotidianas entre pandillas y los asesinatos se multiplicaron como los panes y los peces bíblicos. Los narcos no eximieron a los niños y ya van siete, entre diciembre de 2023 y enero de este año. En medio de todo este cuadro de terror, surge la figura del leguleyo.
La palabra “leguleyo” se asocia con “picapleitos” y esta con “rábula” y “tinterillo”. Toda una amplia gama sinonímica con la que podemos calificar al ministro de Justicia, Luis Cordero para quien, el asesinato de un niño de 12 años, el jueves pasado, es un “efecto colateral” como consecuencia del enfrentamiento entre narco-pandillas que se disputan una cuadra o un barrio. Y aprovechó de llenarse de alabanzas porque este tipo de situaciones “justifican el conjunto de acciones que ha ido tomando el Gobierno con el Ministerio Público para abordar el conjunto de homicidios que ha venido ocurriendo en el último tiempo”.
El caso es que la ciudadanía no conoce ninguna de estas acciones que hayan, por lo menos, aminorado cualquiera de los crímenes que tienen a la sociedad francamente aterrorizada. ¿Es un embaucador Cordero? El columnista Iván Poduje en su columna “Daños colaterales”, publicada en el diario La Tercera del sábado recién pasado, dice que conoce al ministro “y no es una mala persona”. Puede ser. Pero quienes no lo conocemos nada más que por sus dichos y acciones, tenemos una opinión algo diferente. Y su frase fatal no deja espacio para otras interpretaciones.
¿Es, el ministro de Justicia, un trapisondista?
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