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29 de August del 2023 a las 14:36 -
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El irreverente argumento de moda: “Ajuste de cuentas”
Lamentablemente a la larga gobiernos legítimos y de excepción usan las fuerzas de seguridad para cubrir sus ineptitudes, miserias, horrores o las mismísimas violaciones a la propia Constitución de la República. Así proclamen con la fanfarria a cuesta y caradurismo habitual: “Dentro de la Constitución todo, fuera de ella nada”.
Lamentablemente a la larga gobiernos legítimos y de excepción usan las fuerzas de seguridad para cubrir sus ineptitudes, miserias, horrores o las mismísimas violaciones a la propia Constitución de la República. Así proclamen con la fanfarria a cuesta y caradurismo habitual: “Dentro de la Constitución todo, fuera de ella nada”.

(escribe Marcelino Rodríguez) Ya al final del último período de gobierno del Partido Colorado, luego con los subsiguientes del Frente Amplio y el presente, con las huestes del Partido Nacional acompañado de una coalición, se han visto caracterizados por un incremento exponencial de la violencia delictiva. No había antecedentes de ello con excepción de otro tipo de virulencia que asoló al Uruguay en la década del 60: por un lado con el advenimiento de la guerrilla, organizaciones cómplices y elenco político respectivo y, por el otro la reacción evidente de las fuerzas de seguridad, organizaciones que complementaron el enfrentamiento con las falanges de izquierda que operaban abierta y en forma encubierta.

Por supuesto, esto último antes del afianzamiento de la dictadura y el haber, a esa altura, no sólo hecho añico -en aproximadamente siete meses- al movimiento sedicioso, sino además tener la mayoría de los cabecillas y colaboradores encerrados en el famoso Penal de Libertad, otros centros de reclusión y unidades militares.

Si bien estos acontecimientos nos distancian más de medio siglo, todavía queda tela por cortar, coletazos de los mismos con un gran estandarte: “los desaparecidos”. Capítulo que lamentablemente necesita cerrarse de una vez por todas, con la verdad y el reencuentro de sus familiares con los restos de aquellos que injustamente hasta el momento guardan dicha condición, en función del destino que depararon sus genocidas.

También genera pena saber que las esperanzas se van diluyendo con el fallecimiento de la mayoría de los protagonistas sin excepción; especialmente de aquellos integrantes de las fuerzas de seguridad que participaron de estas atrocidades al igual que los testigos. Salvo la existencia de documentos que logren acreditar, echar luz o por lo menos aproximarse a los hallazgos.

Para quienes acusan estar hartos de esta búsqueda, es importante recalcar y que comprendan que no habrá reconciliación, paz posible hasta que no se solucione tal ausencia. Es una cuestión de empatía, de estar en los zapatos de cada familiar y aunque se niegue, es inevitable en una situación así, no estar ahogado en el resentimiento más profundo y humano como salvoconducto para alivianar en algún sentido, la angustia y rabia por tales actitudes criminales. Es la incertidumbre, la nada misma, la desazón de, cómo seres humanos son capaces de hacer algo así al prójimo. No quisiera caer en los moralismos, poses de quienes pretenden desestimar o agredir a las familias de los desaparecidos, imputándoles sed de venganza.

Eso sentiría en mis entrañas y hasta los últimos días de mi vida, salvo que me constituyera o reconvirtiera en un ser espiritual, de paz y amor -Alejandro Corch lo ha demostrado, sabido transitar y canalizar pese a ser hijo de desaparecidos-, si aquella noche del 3 de abril de 1972 un grupo de tupamaros liderados por el “Bebe” Raúl Sendic -de “bebe” no tenía nada- hubieran asesinado a mi padre.

Fue el primer blanco que se habían propuesto, quiso el destino no haberlo encontrado y sin darse por vencidos continuaron con su maratónica intención y recalaron en el domicilio del Teniente Criado, el cual en la puerta de su casa es herido gravemente por los disparos a quemarropa que le efectuó el “valiente” Sendic. Aquí se enmarca el primer atentado a integrantes de las Fuerzas Armadas y la cadena de hechos que luego se precipitarían en una lucha sin cuartel: “Tupas” por un lado, Policía y Fuerzas Armadas por el otro.

En base a lo narrado, no dejo de ver reflejado al criminal “Bebe” en la figura del ex vicepresidente, condenado por Peculado y el cual se vio obligado a renunciar por corrupto. Más aún se reafirmó mi desprecio, cuando al asumir como segundo del gobierno, incluso antes de ello, cuando contaba con el estatus de Presidente de la empresa estatal de combustible y portland, en ninguna de las ocasiones tuvo la intención de encabezar motu proprio un acto de reconciliación nacional, con toda la autoridad que le asistía y además, por ser el hijo del principal cabecilla del movimiento tupamaro.

Se perdió la hermosa oportunidad de asumir -aunque fueran dos realidades distintas- una actitud similar a la de su homologo, descendiente de Pablo Escobar, quien en un acto histórico pidió perdón por las tropelías del padre y su ejército de narcos, en el espíritu de buscar un clima de concordia entre los colombianos luego de tanta muerte, sadismo, terror, miedo, sufrimiento, lágrimas y exilios.

Ello no fue así, pero a todos un ser superior o supra terrenal nos tiene preparado un destino, no sé si en el más allá -si existe- o en la tierra como nos ocurre, aunque muchos se escapen de ello entre los simples mortales y no padezcan ninguna vicisitud en función de sus actos. De todos modos la justicia divina siempre llega. Algunas muestras evidencian tal afirmación y siendo puntuales en el análisis, viene al caso lo que ha padecido el descendiente de un protagonista de la Historia Reciente como Pedro Bordaberry, que el solo hecho de ser hijo de quién tuvo un papel incisivo como presidente en ejercicio en el golpe de Estado del 73, lo ha condenado socialmente sin haber tenido responsabilidad al respecto.

Sin embargo Raúl hijo, pese a estar en igual o peor condición por haber sido su padre un guerrillero y asesino, tuvo la dicha de ser mimado, idolatrado y protegido por la barra de ex tupamaros, compañeros y compañeras de aquel entonces y surgidos de las cenizas; con el plus de haber alcanzado la colectividad que lo acuno, el gobierno legítimamente por las urnas. Eso lo bendijo, eximió hasta lo elevó a un ser celestial que proyectaba la figura sobredimensionada del revolucionario padre en relación con el dirigente colorado. Nada de eso se dio en su trayectoria política y reprobó, justo cuando iba a dar su examen final como gobernante.

Creo que este acontecimiento le quitó bastante carga y karma gratuito que arrastraba Pedro, como ocurrió mucho antes con aquel debate sorpresivo y televisivo, encare en vivo que logro desenmascarar a Zelmar Michelini (hijo) a través de la revelación de una grabación telefónica sobre la responsabilidad que le cupo a Juan María Bordaberry con respecto al golpe de Estado. Instancia que lo dejo muy mal parado a este otro nene mimado del Frente Amplio, pese a su hibridez como político y actor social; a diferencia de lo que significó el fuste, elocuencia, magno orador que como dirigente resulto su padre.

Una de las tantas perlas de uno y otro lado que nos van permitiendo reconstruir a los uruguayos nuestro pasado y aproximarnos a concluir que los héroes e idolatrados, valientes e idealistas como los miserables y desterrados, corsarios y viles no lo fueron o se intercambiaron sus roles en función de las circunstancias, conveniencias e intereses. Papeles que los interpela, imputa y condena social o jurídicamente en vida o postmorten y que directa o indirectamente transparentan, sanean, alivian y van agotando las reyertas, enconos generacionales sobre el pasado reciente.

Especialmente lo deben dirimir todos juntos en esta u otra vida, entorno terrenal o más allá con el propósito de dejar un país con paz social para el futuro -ya que no es posible encontrarle la vuelta todavía- los Sanguinetti, Mujica, Lacalle, Alvarez, Gavazzo, Bonomi, Silveira, Trabal, Huidobro, Vázquez, Motto, Michelini, Topolansky, Gutiérrez, Pacheco, Sendic, Busconi, Bordaberry, Zabalza, Batlle, Vasconcello, Molaguero, Erro, Gutiérrez Ruiz entre miles de protagonistas y dar respuesta del “por qué” a todos los damnificados de nuestra penosa “Historia Reciente”. En particular y en representación emblemática de los civiles víctimas de la barbarie a: el Maestro Julio Castro y al peón rural Pascasio Báez.

Esto no se trata de a quién se mató, asesino, torturó o se hizo desaparecer. Porque las muertes todas son lastimosas -ni hablar las desapariciones-, más si ocurren en forma violenta o como las inesperadas, producto de accidentes, siniestros, las cuales se alejan de las causas típicas a raíz del natural envejecimiento, paso de la vida o el padecimiento de una enfermedad irreversible. Así ellas provengan de una época dura - imposible de analizar con las condiciones ideales y momento histórico actual, distanciados del microclima, entorno vivido- tanto para los militantes que tomaron las armas con el fin de atentar, derrocar un gobierno constituido, para aquellos que acompañaron las ideas desde lo ideológico, político, sindical, social sin recurrir a la acción directa y para los militares, policías y a quienes la mayoría olvidamos: los civiles que no formaban parte de ninguno de los contingentes citados.

Dentro de esos civiles están las familias que también padecieron, hasta el día de hoy, el terror, miedo, desazón por el destino, consecuencia de aquellos que abrazaron la lucha armada con la respectiva conmoción interna -compartieran o no el papel de ese ser querido comprometido con la concepción revolucionaria-; como para las familias de los uniformados que no tuvieron más opción que salir a enfrentarlos, pues esta reyerta no era de su incumbencia, porque nació de las entrañas del ejercicio de la maldita política con sus vicios de poder  -gobernando o no-, donde la corrupción y la gestión de lo posible se agotó y sus actores huyeron como ratas. Muy pocos se quedaron en el Uruguay a sufrir las consecuencias del golpe y la instauración de la Dictadura; uno de los que permaneció estoico, aguantó el envión y sufrió la cárcel, fue el propio General de Ejército Líber Seregni, un “Hombre de Honor”.  

Lamentablemente a la larga gobiernos legítimos y de excepción usan las fuerzas de seguridad para cubrir sus ineptitudes, miserias, horrores o las mismísimas violaciones a la propia Constitución de la República. Así proclamen con la fanfarria a cuesta y caradurismo habitual: “Dentro de la Constitución todo, fuera de ella nada”.

Volviendo al tema que nos convoca y evocando la frase del filósofo de boliche “el Pepe”: “Todo tiene que ver con todo”, durante el segundo y último gobierno del Frente Amplio, la dupla Bonomi - Vázquez a cargo del Ministerio del Interior se dieron el lujo de aclarar y remarcar que determinada cantidad -y en aumento- de homicidios  eran como consecuencia de “ajuste de cuentas”. Argumentación que esgrimieron sin ningún escrúpulo, sin reparar en el dolor de las familias de las víctimas -o sea, sin ninguna empatía- y de esta forma desvincularse de la responsabilidad que les asistía, ante tamaña estadística que afloraba y no encontraban la forma de detener.

Sólo les faltó decir abiertamente a los ciudadanos, palabras menos palabras más, que no entraran en pánico, se pusieran nerviosos ante tal depuración, en razón de que esas muertes se daban entre delincuentes, malandras -lisa y llanamente-, “pichis” literal.

Fue de mal gusto, irreverente -como tantas otras cosas- a raíz de cierta impunidad; quizá se aprovecharon del aval que no solo les otorgaba las mayorías parlamentarias sino también el apoyo popular con el cual contaban -se redujo paulatinamente a lo largo de los tres períodos de gobierno de izquierda-, y reafirmar la idea de creer que seguirían perpetuándose en el poder. Ello implicó tal vez, la disposición a llevar a cabo tanto lo que estaba enmarcado en el programa político, como lo que surgía de los impulsos, emancipaciones colectivas; donde se visualizó un doble sentido y se asomó la veta de corte ciertamente fascista, ortodoxa, a contramano de la apertura y la democracia que esgrimían en los discursos públicos. Esto último no era precisamente el estandarte de tal patriada histórica, pues llegaron a comportarse y ajustarse a la mejor usanza de partido único y en consecuencia, acatar el modo: disciplina partidaria a título de ejemplo frente a tantos temas sensibles y delicados.

Especialmente para los seres queridos de quienes perdieron la vida en tales circunstancias no significó una respuesta sensata, humana, profesional -si es que reservan algo de esas categorías aludidas- ante tal flagelo. Expresiones nada felices que llegaron al punto de subestimar el dolor de una madre, por más reo execrable que fuera su hijo, al ser abatido por la Policía en uno de los barrios llamados críticos de Montevideo.

Lo que llama la atención, es que nunca se escuchó, ni tan siquiera dejó entrever por alguna de estas autoridades o sus voceros que se mostraban comprometidos con investigar este entuerto, sí realmente las referidas muertes se debían exclusivamente a la reyerta entre personas de mal vivir, dedicadas al delito, consumo. Nadie se preguntó sí dichos asesinatos podrían provenir de grupos organizados de civiles, policías, militares en actividad o retiro, o la combinación de todos ellos dispuestos a quitar de la población estas almas perdidas, en franco deterioro e inclinadas a agredir criminalmente a los ciudadanos.

Podrían tener sus focos incluso, en grupos propios de la fuerza progresista, precisamente los extremistas que siempre hay en toda organización social o política. No olvidemos la intentona de aquellos que no pudieron llevar adelante las asonadas planificadas con logística, armamento y gente para generar el caos y la violencia en el famoso suceso del Filtro. Hoy el país cuenta con un almacigo como materia prima bastante heterogénea de muchachada descarriada o desesperada por una promesa, paga para ser manipulada, utilizada para este tipo de eventos y arremeter contra la paz social, tomar el delito como forma de vida y sembrar el terror en la población.

Pero presuponer, dejar abierta la posibilidad, cierta duda o motivar la investigación en tal sentido no era conveniente, pues eso significaba retrotraer una época triste vivida, donde los propios gobernantes fueron artífices de una agresión armada junto con los llamados escuadrones de la muerte, en una vendetta infernal. Entonces no era de recibo plantar dicha hipótesis.

Arista que a sabiendas de la ausencia, omisión del Estado en materia de Seguridad Pública desestimaron a propósito, alevosamente. No es sencillo admitir desde un gobierno que, el potencial rol del sicario puede desembarcar en el ciudadano común con alguna habilidad, idoneidad y disposición ante la indefensión que experimenta, y convertirse en un asesino clandestino, “para policial” en pos de una acción de venganza contra aquellos que han cometido delitos como el de la Rapiña con resultancia de muerte. Obviamente con todo el tiempo del mundo, paciencia e inteligencia para identificar al autor, ubicarlo, realizar el seguimiento y emboscar en el momento oportuno con el fin de darle su merecida lesión, aparecer en una cuneta, en el interior de un vehículo incendiado o lisa y llanamente desparecer forzosamente por obra y arte de estos justicieros anónimos.

Sólo resta esperar que nuestro bendito Uruguay no se vuelva espejo de El Salvador -entre otros países- como así citó, lo afirmó y reconoció el Director Nacional de la Policía Mario Layera; 4to. en la estructura comandada por Bonomi, Vázquez y Carreras. No lo dijo por valentía, agallas o sobrarle carácter; fue funcional, lo utilizaron hábilmente y se prestó de vocero de los “compañeros” al frente del Ministerio del Interior. Estrategia que emplearon, incluso ante la violencia en el deporte, para que a través de los hechos o alguien por ellos le hiciera saber al pueblo, que no les temblaría el pulso para aplicar la famosa “mano dura”. Aspecto que han aborrecido por el divorcio con las fuerzas de seguridad a raíz del protagonismo que les cupo en el pasado; y antes de ser interpelados, condenados por sus propios fans y anarcos justificar el estado de situación y por ende la represión, para de esa forma no sólo poner en riesgo el orden y la convivencia social, sino hipotecar la potencial posibilidad de perder el gobierno como de todas maneras ocurrió.



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