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22 de August del 2023 a las 10:03 -
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Altos del Perdido revive la pasión de la pialada
Entre la tradición y el presente
Entre la tradición y el presente

(escribe Sergio Pérez) En una jornada que parecía haber sido capturada por el delicado pincel de don Enrique Zorrilla, cuyas acuarelas reflejan la esencia misma de nuestros paisajes rurales, el Museo Escolar Rural de la Escuela Nº 85 se convirtió en un hervidero de recuerdos, pasiones y esperanza. Este domingo 20 de agosto, las sombras del pasado y la vibrante esencia del presente se entrelazaron en una danza que tuvo como protagonista la poesía, la música, la narrativa, y enaltecer desde el conocimiento profundo de baqueanos y criollos, a una de las destrezas criollas más emblemáticas de nuestra ruralidad: la pialada.

Al conmemorar las tres décadas y un lustro de la aclamada Sociedad Criolla “El Pial”, el tapiz de un gélido domingo de agosto se tejió con la majestuosidad de un desfile de caballería gaucha, en el cual jinetes de variadas edades bordaron las memorias de ese día en el vasto lienzo del tiempo.

Desde el predio de “El Pial” en Cuchilla del Perdido hasta la Escuela, resonaron las huellas de quienes, década tras década, han mantenido vivas las tradiciones uruguayas. El paisaje, una fusión de montes y pedregales bajo un cielo melancólico, fue contrastado por los campos florecientes de colza, tiñendo de esperanza el suelo fértil de Soriano.

Las generaciones convergieron en una tertulia donde el aroma del asado con cuero, desde los murmullos de los cimarrones al rescoldo del fogón hasta los chamuyos en la cantina, trajeron al presente los recuerdos de viejos tradicionalistas como Luengo, Ross, Del Castillo o Zerpa. Supieron dar sabor y alma al encuentro que surgió con la excusa de presentar el libro “Despacito y siempre: historias de un pago viejo” del payador Miguel Ángel Olivera.

Las historias de baquía y camaradería se remontaron a las frías jornadas donde solían convocarse a la yerra de algún vecino, que con el pretexto de desarrollar una tarea fundamental en la producción ganadera, servía de excusa perfecta para que el encuentro entre amigos, el chiveo, la taba, la guitarreada, los cuentos, el truco, y un sinfín de cuestiones de tierra adentro, florecieran entre quienes asistían a esas gélidas jornadas. Pues, por una cuestión sanitaria, los animales debían yerrearse en clima frío, y en menguante para que cicatrice más fácilmente. Una de las yerras más famosas de la zona y del país, era la que se realizaba en la casa de don Ramón Luengo, donde el coraje se medía no sólo en las destrezas camperas, sino también en la audacia para degustar los sabores más auténticos del campo, como por ejemplo, probar los huevos de los terneros recién capados revolcados en las cenizas de las brasas.

A pesar de que el acto físico de la pialada no fue el centro de la jornada, sí lo fue en la memoria y en los corazones de los presentes. El Perdido, que ha sido testigo de incontables historias, parecían escuchar atentamente las voces de figuras como Miguel Ángel Olivera, Antonio y Carlos Pérez, Mauricio Lombardo, Rodolfo Silva,  Carlitos Urgoity, Hugo Olaverry, Pedro Márquez y Guido Fontes. Cada relato fue un viaje en el tiempo, un portal a una época donde el arte de pialar no sólo se enseñaba, sino que se vivía.

La pialada no es simplemente un acto, es un arte que se aprende con el ejercicio diario. Como un hombre expresó con elocuente pasión durante el encuentro, "El arte de pialar es una habilidad anterior, es algo que se aprende con el ejercicio diario. Cuanto más joven, mejor. Dice que el pialador tiene que aprender a medir la distancia, a medir el brazo, la armada, los rollos, adónde va el animal y dónde tiene que tirar y dónde no tiene que tirar." Esta destreza no solo involucra habilidad física, sino también un alto grado de precisión, anticipación y comprensión del comportamiento del animal.

Los veteranos de la tradición señalan la importancia de comenzar desde jóvenes y destacan que la verdadera habilidad no se mide por la rapidez, sino por la precisión. Como bien se describe en los versos que cantaba Santiago Chalar: "Siempre el que sabe pialar es el menos apurado".

Dentro de estas tradiciones, es fundamental el intercambio generacional. Las historias de quienes aprendieron el arte de la pialada de sus mayores, cómo consiguieron su primer lazo, o las anécdotas de sus primeras pialadas, son esenciales para entender y perpetuar la tradición.

Las risas y las lágrimas fluyeron con igual intensidad. Desde comparaciones juguetonas de la pialada con el baile, hasta conmovedores homenajes a aquellos que transmitieron esta pasión de generación en generación.

No es una tarea fácil, como bien relata un veterano: "Es más fácil un animal de repente suelto que el que larga encallado (o en un callejón armado dos hileras de pialadores), porque en la salida el encallado es peligroso". Esta afirmación evidencia la destreza que requiere esta práctica. Además de la habilidad individual, la pialada también demanda colaboración: "Habíamos dos o tres. Uno enlazaba y los otros ya quedábamos pronto. Se enlazaba para sacar, se sacaba por el callejón."

El respeto y cuidado por el animal es evidente en palabras como: "Había que ir atendiendo al caballo, el animal y al tirador". Esta destreza no es solo un acto de mostrar habilidades, sino también de trabajar en conjunto con el animal.

El lazo, instrumento principal en esta destreza, es tratado con especial reverencia. Hay menciones como "el arte de volcar el lazo". Estos comentarios reflejan la significancia de este instrumento en la tradición uruguaya.

Además de ser un arte, la pialada es también un asunto de tradición y herencia. Algunos relataban con emoción el recuerdo “de haber comenzado de niño cuando teníamos pantalón corto" o "Yo tuve los más grandiosos maestros" ilustran que la pialada se trasmite de generación en generación, siendo un nexo entre pasado y presente.

Se resaltan variadas técnicas y estilos: "Mi papá decía que el pial por arriba de la paleta era un pial chancho, que no se podía usar en la cancha" y que en zonas como la del departamento de Treinta y Tres “tiran con todo el lazo". Estas citas ponen de manifiesto la riqueza y diversidad de esta práctica, que se adapta y varía según la región.

Al final, lo que se destaca no es solo la destreza en sí, sino el sentido de comunidad y pertenencia que esta tradición encierra. La charla se coronó entre aplausos, dejando la puerta abierta para seguir debatiendo sobre el asunto, y un pedido muy especial de uno de sus integrantes que instó a que “no por parte de la escuela, sino por parte de la tradición de los vecinos - que fuera de todo motivo económico - esta fiesta se siga armando para convocar a los vecinos, para convocar a todos."

La pialada es mucho más que una simple destreza. Es el reflejo del alma criolla del Uruguay, una danza entre hombre y animal, una tradición que une a generaciones y que, con esperanza, seguirá siendo celebrada por muchos años más.

Pero entre las líneas de nostalgia, surgió un llamado de alerta: la urgente necesidad de preservar esta tradición en un mundo en evolución constante. El temor no radica en que la pialada desaparezca, sino en que se convierta en un mero recuerdo en lugar de una práctica viva. La esencia de la pialada no debe quedar atrapada en las páginas de un libro o en las paredes de un museo. Debe vivir en los corazones, en las manos y en el espíritu de cada oriental, garantizando que el relato compartido en los Altos del Perdido siga brillando con fuerza y determinación.

Y cuando el sol ya caía, dejando tras de sí un rastro entre dorado con listones de rojizos, quedó la esperanza de que la tradición y la modernidad puedan coexistir, de que la pialada siga siendo, ahora y siempre, un mojón donde recalar cuando la tradición nos convoca.

La pialada es más que una destreza: es un arte y una tradición que refleja la identidad y la historia del Uruguay rural. A pesar de los desafíos, es evidente que hay un profundo amor y respeto por esta tradición que esperemos, perdure por generaciones.



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