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Hace medio siglo los uruguayos comenzaban a vivir un período de desconfianza y miedo, donde las libertades fueron borradas y donde todos podían terminar en un centro de reclusión por la decisión unilateral de quien tuviera el poder en el Ejército o la Policía, sin la intervención ni el conocimiento del Poder Judicial. En Junio de 1973 el golpe de Estado comenzó a marcar a toda una generación de uruguayos. Casi siempre se relatan esos hechos desde la perspectiva de los dirigentes políticos o los personajes importantes que la padecieron, pero no desde la óptica de los ciudadanos comunes que debieron acomodarse a las circunstancias y sobrevivir. Casi nunca se menciona a los militantes comunes de los partidos políticos que debieron redefinir su fidelidad partidaria y a la vez vivir en una sociedad donde cualquiera podía convertirse en un delator o un represor.
El pachecato en Mercedes
Lourdes Cerchi fue una de esas personas que transcurrieron esos años ingeniándoselas para seguir perteneciendo a un partido político y manteniendo la fidelidad a sus convicciones. En los prolegómenos del golpe de Estado ya se evidenciaban los años que se avecinaban, pero nadie creía , o no quería aceptar que durara tanto. Se pensaba que era cuestión de sobrellevar la circunstancia y que la democracia rápidamente encauzaría todo. Tero no fue así.
“Al principio fueron las medidas prontas de seguridad que se nos levanta el Habeas Corpus” (*), comentó al dialogar con @gesor. Recordando que se enteró de esa situación cuando participaba de una asamblea de la Asociación de Estudiantes Mercedes, que se realizaba en la Confitería Garramón, que estaba ubicada por calle Colón frente a Plaza Independencia. Eran años del conocido popularmente como el pachecato, medidas adoptadas por el entonces presidente Jorge Pacheco Areco y que para muchos constituyen las bases de lo que fue el golpe de Estado de 1973.
“Yo me imaginé la gravedad del asunto” agregó. “Te podían llevar de tu casa a la hora que quisieran, como fuera, sin decirte por qué ni para dónde”. Una determinación que significaba perder todos los derechos.
La Hondita y los volantes mimeografiados
“En aquel momento todo era lento, confuso, mal informado. La información era manejada, estaba dirigida, y uno tenía que estar leyendo entre líneas para saber la realidad o lo que realmente estaba pasando”. Por eso “esperábamos que vinieran los contactos seguros” desde la capital del país. “Había gente que por cuestiones laborales tenía que viajar a Montevideo, por ejemplo Marcelo Hourcade que era asesor de Cooperativas agropecuarias, entonces su trabajo lo obligaba a andar por distintos lugares del país y sobre todo estar en Montevideo. Tenía un vínculo muy cercano a Zumarán (Alberto), y estaba muy vinculado a la cúpula del Partido. Marcelo veía todos los fines de semana, entonces nosotros estábamos esperando su llegada para poder ir por su casa y levantar información”.
Pero transcurrieron 11 años de dictadura sin actividad política y sin el contacto directo con la dirigencia partidaria, ¿cómo era identificarse con un Partido político sin esa vinculación?. “A nosotros nos vinculaba Wilson. Porque Wilson y los dirigentes fueron los que nos mantuvieron, porque procuraban estar en contacto con él y recibir la información y hacer que esa información se distribuyera. Fue la dirigencia que nunca aflojó, que siempre se mantuvo en contacto y trataba de hacernos llegar las novedades. No lo que pudiéramos hacer, porque en realidad era poco y nada lo que se podía hacer. Después se fueron elaborando distintas acciones de resistencia”. Como por ejemplo la distribución de volantes o boletines mimeografiados. Pero “en seguida los militares encontraban los mimeógrafos, encontraban el grupo que los estaban haciendo, desarmaban todo. Los que estaban haciendo eso iban presos. Eran pequeñas células que se armaban y en seguida las neutralizaban. Pero de todas maneras se hacía ese trabajo. A mí me tocó distribuir esos volantes que llegaban en paquetes sin nombre a la agencia de ómnibus, y luego con mi hermana teníamos una Hondita (moto Honda 50 cc, muy popular en los años 70 y 80), que le poníamos un cartón con banditas elásticas a la chapa matrícula. Era invierno y nos poníamos unos gorros negros y tirábamos esos volantes en los lugares donde al otro día iba a haber gente, porque no podíamos salir casa por casa a repartir eso. La puerta de los Liceos, el Hospital, la puerta del Banco República y dejábamos eso tirado. Eso evidentemente era de poco resultado, de poco impacto, porque en seguida encontraban a las personas que los estaban haciendo. Eso no le daba resultado al Partido, pero quiso que la tecnología nos alentara y nos apoyaran porque aparecieron los cassettes. Con los cassettes nos empezamos a mover de una manera más provechosa, porque Wilson mandaba aquellas cintas con todo su análisis, con su fundamentación, con sus explicaciones, y a su vez dándonos ánimo y diciendo lo que había que hacer. Esos cassettes había que regrabarlos y luego se distribuían. Eso sí lo hice varias veces; y cuando iba a buscar a mis hijos al Jardín, que estaban todos los padres yo colocaba en el bolsillo de los que conocía, porque tampoco te podías arriesgar con personas que no quisieran recibir ese tipo de información. Entonces entre las personas que eran de confianza distribuíamos esos cassettes”.
Dos chorizos para 30 comensales
La dictadura tuvo un componente civil importante, donde en cada esquina había un delator, ¿cómo se hacía ese trabajo?. “Yo capaz que era un poco inconciente”, agrega Cerchi. También “inventábamos cumpleaños y lo único que había en la parrilla eran dos chorizos y de repente había 20 o 30 personas”, ejemplificó. En casa de Ismael Araus “hicimos una reunión, en lo de Marcelo Hourcade. En casa recuerdo que vino Zumarán y un montón de gente más. Me acuerdo que ese día mi marido estaba de guardia (médica) y me dijo: llegan a caer los militares y te llevan yo a vos no te conozco, no sé nada lo que estabas haciendo” (se ríe). “Yo siempre me firmé Lourdes Cerchi, nunca me pude firmar Lourdes Cerchi de Laborda (se ríe). Porque evidentemente, porque era muy riesgoso. Nosotros teníamos hijos chicos, él era recién recibido, recién había empezado a trabajar y tenía un solo trabajo y no lo podía arriesgar; es decir todos esos riesgos, que no sé si de forma inconsciente. Pero hubo gente que corrió muchos riesgos, jugándose, perdiendo los trabajos” por simplemente “hacer una reunión donde lo que hacíamos era informar algo. Alguna noticia que había llegado”.
Agregando más adelante “teníamos claro, eso Wilson lo repetía mucho, que la movilización, que la resistencia iba a ser exitosa si nosotros nos manteníamos en el tiempo en forma pacífica y unida. Y cuantos más fuéramos mejor iba a ser el resultado. Eso sí estaba claro. Era resistir en forma sostenida, cuanta mayor cantidad de gente mejor en forma pacífica”.
Otros episodios de los años posteriores como el plebiscito de1980 que significó el fin de la dictadura, y la reapertura democrática fueron relatados por Lourdes Cerchi en el video que acompaña esta nota y que resulta un testimonio de una de las tantas sorianenses que resistieron al autoritarismo desde el llano. Desde las pequeñas cosas que componen la vida cotidiana y que se repitió en cada localidad uruguaya.
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Nota
(*) La Constitución del Uruguay de 1967 disponía en su artículo 17: ”En caso de prisión indebida el interesado o cualquier persona podrá interponer ante el Juez competente el recurso de habeas corpus, a fin de que la autoridad aprehensora explique y justifique de inmediato el motivo legal de la aprehensión, estándose a lo que decida el Juez indicado”.
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