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21 de March del 2016 a las 10:46 -
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'Yo nunca seguí la moda'
Recordamos la última visita de Tomás de Mattos a Mercedes. Sus motivaciones, los proyectos que tenía por ese entonces, la recordada polémica con el prof. Washington Lockhart. En la mañana de hoy el escritor falleció a los 68 años.
Recordamos la última visita de Tomás de Mattos a Mercedes. Sus motivaciones, los proyectos que tenía por ese entonces, la recordada polémica con el prof. Washington Lockhart. En la mañana de hoy el escritor falleció a los 68 años.

 (por Aldo Roque Difilippo) En el año 2011 Tomás de Mattos estuvo por última vez en Mercedes para presentar el libro que había escrito un año antes, “El hombre de marzo”. Una biografía de José Pedro Varela. Dictó una charla en el Centro Histórico y Geográfico de Soriano, y fue la oportunidad propicia para dialogar con él. Habló de sus motivaciones, de una de sus recurrencias literarias, el escritor ruso Fiódor Dostoievski y su proyecto de escribir una novela sobre él, y aventuró que los nuevos lenguajes digitales promoverán la democratización del acceso al libro.

Por supuesto que era inevitable que en la conversación incluyéramos su novela ¡Bernabé, Bernabé!, y la controversia que mantuvo con el historiador mercedario Washigton Lockhart.

De Mattos y Lockhart mantuvieron una recordada polémica a raíz de las críticas que el historiador hizo de la novela, que rápidamente se convirtió en un éxito de ventas y que significó de alguna manera en un resurgir para la novela histórica, un género literario que había caído en deshuso.

Reproducimos esa interesante entrevista del 2011 para, de alguna manera homenajear al escritor fallecido en la jornada de hoy.

 

 

En el Uruguay de hoy nos decimos herederos de la educación vareliana pero no conocemos nada de la vida de José Pedro Varela. ¿Es por la lápida que pudo significar su colaboración con el régimen de Lorenzo Latorre?

—Latorre no le puso ninguna lápida.

 

 Las generaciones posteriores, quise decir.

 —Las generaciones posteriores le pusieron una lápida a Latorre, que es otro personaje muy curioso de nuestra historia, del cual habría muchas preguntas que él mismo no quiso contestar, porque cuando le pidieron que escribiera sus memorias dijo una frase durísima: me cago en la posteridad.

 Latorre también tuvo la particularidad de haber cambiado el país. Para bien o para mal fue el primer gobernante que modernizó el país, y la gran interrogante es por qué Varela colaboró con Latorre. Creo que se pregunta a qué democracia defendería yo, a una democracia oligárquica, de caudillos y doctores que se preocupan solamente del bien de unos pocos pero no del bien en general. Los doctores como no pueden adquirir poder por el peso de las armas lo que utilizan es el servicio de los caudillos, e introducen sus ideas en las políticas de gobierno, y creen que quitando leyes se cambia un país cuando en realidad se cambia en la vida cotidiana, en una democracia que se practica cada día.

 A Varela no le importa demasiado una democracia que ha tenido 19 subversiones, revoluciones y actos de violencia en 25 años. Pienso que a Varela lo que le importa es la construcción de las condiciones para desarrollar una democracia realmente sólida y profunda. Pensando en una democracia basada en la educación de todos, es que Varela aceptó ese cargo.

 

Más allá de este libro, usted es uno de los pocos autores que siguen novelando sobre la historia. La novela histórica hace unos años tuvo un auge, una especie de moda. Muchos escritores escribían sobre eso...

 —Yo nunca seguí la moda. Escribí lo que se me antojó. La vieja fórmula de que uno escribe la novela que quisiera leer, en mí se aplica totalmente. Si no tuviera proyectos para escribir no me afectaría en lo más mínimo. Me dedicaría a leer y punto, porque no tendría nada sobre lo que desearía leer.

La novela histórica que a mí me gusta es donde hay una operación como de pasaje alquímico de los tiempos. Así como el alquimista del medioevo buscaba transformar el plomo en oro, yo de algún modo siempre trato de escribir sobre el pasado, respetándolo al máximo posible; pero con la característica de que soy novelista.

Me pareció mucho más fácil escribir sobre la anestesia de las conciencias de los militares cometiendo las atrocidades del siglo XX analizando la conciencia de un excelente militar como lo fue Bernabé Rivera, que ha pasado a la historia, lamentablemente, como el último hombre del círculo de Rivera que aceptó exterminar a los indios. Es decir, perpetrar un genocidio, porque el genocidio se perpetra matando y al mismo tiempo dispersando.

Hablando del pasado, en realidad uno habla del presente, sin los prejuicios que tenemos sobre la realidad presente. Es como que cortamos los cables de nuestras fobias, de nuestras filias; y la idea mía es que el lector decidiera. Acercarle al lector un expediente donde estuviera la demanda, la contrademanda...


Aplicando su profesión de abogado.

—Exactamente. Donde estuviera toda la prueba y el alegato, pero no la sentencia. Que la dicte el propio lector.

Yo he escrito cosas que no son novelas históricas. Qué culpa tengo que ahora lo que me interese sea esta novela, que es una historia de Berro (Bernardo) y Flores (Venancio), aparte de una novela de Varela.

Si tuviera un interés de seguir la moda o las necesidades del mercado escribiría una novela sobre Artigas, que buena gana tendría de escribirla, pero es tan grande el tema que tengo miedo de sucumbir en la empresa.

Por ahora estoy con esta. Después otra que de alguna manera es histórica: los últimos años de Dostoievski.

 

Dostoievski, otra de sus preferencias.

—Sí. A mí me apasiona la novela policial, por ejemplo. Tengo ganas de hacer una novela sobre Figari abogado. Un caso policial protagonizado por Figari.

 

¿Cómo ve el mercado del libro y la llegada del libro a la población?

—Siempre es perfectible, pero considero es que al lector no se le puede imponer determinado libro. El mercado lo único que tiene de bueno es que ofrece la libertad que a veces es malograda.

 

Pero el libro todavía sigue siendo un elemento suntuario para una enorme mayoría de la población.

—Eso es lo que de alguna manera intenté enfrentar durante mi gestión (al frente de la Biblioteca Nacional, en el anterior gobierno). Estamos en una gran crisis de soporte del libro. Para poner al libro al alcance de todos, es inevitable el soporte electrónico, no desplazando al soporte de papel. Explotando las ventajas que tiene el soporte electrónico en algunas zonas, y eso es la democratización del libro. Pienso mucho en las bibliotecas basadas en tecnología electrónica.

El soporte electrónico va a permitir fundamentalmente el préstamo bibliotecario, la democratización de un acervo bibliográfico que no sea sólo montevideano, sino de todo el país. Y eso tarde o temprano va a pasar.

En Uruguay noto un mercado atento; la prueba, esta: este libro de Varela no ha tenido cobertura crítica, o ha tenido cobertura mala, no porque fuera hostil, sino porque se ha escrito sin haber leído el libro. Hay quien escribió que el libro está escrito por la hija de Varela, cuando en realidad está escrito por Josefina Péguy. Lo cual me demuestra dos cosas, que no está familiarizado con Josefina Péguy, que es una vieja narradora de mis novelas, y al mismo tiempo que no ha leído este libro y sin embargo no tuvo empacho en publicar una nota. O ese mismo crítico lo pone a Latorre como narrador cuando Latorre no narra porque el libro se abre con una carta diciendo que no tiene el menor interés sobre su pasado.

Bueno, este libro tiene vendida una primera edición de 4 mil ejemplares, agotada. Ahora tiene una segunda y en 8 meses va a lograr el objetivo que tenía trazado de 6 mil ejemplares. Eso en España es muy poco, en Uruguay es mucho.

 

Usted está en el Centro Histórico y Geográfico de Soriano, una institución fundada, entre otros, por el profesor Washington Lockhart, una persona con la cual mantuvo una controversia hace algunos años.

 —No, vamos a aclarar...

 

¿Qué sentimiento le provoca eso?

 —Las vueltas de la vida. Primero, el que tuvo problemas conmigo fue Lockhart, yo nunca lo ataqué, ni siquiera le contesté más que para aclararle. Además no quiero entrar en lo que para mí fue una mala lectura que hizo don Washington. Soy un gran admirador de la obra de Lockhart por dos razones fundamentales: es una obra que se hizo desde el interior, con muchísima seriedad. Compartiendo o no su orientación. El último Lockhart, precisamente el que hubo después de la querella por Bernabé, no es un Lockhart que me llegue demasiado. Pero tengo que reconocer que hizo una genial anticipación de lo que hoy discute el mundo. Lockhart tenía el enfoque del pensamiento marcado por los electrones de nuestras neuronas. Un pensamiento hasta biológicamente o mecánicamente programado, y es lo que hoy discute el mundo. Y antes de eso fue el trafoguero de esta magnífica institución y el director de un liceo, el maestro de maestros, el profesor de profesores. Aparte de eso en una época en que hablar del cristianismo era hablar de una mala palabra; mucho antes de la creación del Frente Amplio. Después, como entramos los cristianos al Frente Amplio, a un partido progresista, se atenúa la palabra, pero en un determinado momento era una condición degradante, y Lockhart escribió sobre el cristianismo. Y nunca tuvo vergüenza de serlo, de reconocer su fuente en el pensamiento cristiano.

 Lo que siento eso. Son las vueltas de la vida. Es como si el espíritu de don Washington estuviera de algún modo ofreciendo la reconciliación, que acepto de inmediato.

 



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 (por Aldo Roque Difilippo) En el año 2011 Tomás de Mattos estuvo por última vez en Mercedes para presentar el libro que había escrito un año antes, “El hombre de marzo”. Una biografía de José Pedro Varela. Dictó una charla en el Centro Histórico y Geográfico de Soriano, y fue la oportunidad propicia para dialogar con él. Habló de sus motivaciones, de una de sus recurrencias literarias, el escritor ruso Fiódor Dostoievski y su proyecto de escribir una novela sobre él, y aventuró que los nuevos lenguajes digitales promoverán la democratización del acceso al libro.

Por supuesto que era inevitable que en la conversación incluyéramos su novela ¡Bernabé, Bernabé!, y la controversia que mantuvo con el historiador mercedario Washigton Lockhart.

De Mattos y Lockhart mantuvieron una recordada polémica a raíz de las críticas que el historiador hizo de la novela, que rápidamente se convirtió en un éxito de ventas y que significó de alguna manera en un resurgir para la novela histórica, un género literario que había caído en deshuso.

Reproducimos esa interesante entrevista del 2011 para, de alguna manera homenajear al escritor fallecido en la jornada de hoy.

 

 

En el Uruguay de hoy nos decimos herederos de la educación vareliana pero no conocemos nada de la vida de José Pedro Varela. ¿Es por la lápida que pudo significar su colaboración con el régimen de Lorenzo Latorre?

—Latorre no le puso ninguna lápida.

 

 Las generaciones posteriores, quise decir.

 —Las generaciones posteriores le pusieron una lápida a Latorre, que es otro personaje muy curioso de nuestra historia, del cual habría muchas preguntas que él mismo no quiso contestar, porque cuando le pidieron que escribiera sus memorias dijo una frase durísima: me cago en la posteridad.

 Latorre también tuvo la particularidad de haber cambiado el país. Para bien o para mal fue el primer gobernante que modernizó el país, y la gran interrogante es por qué Varela colaboró con Latorre. Creo que se pregunta a qué democracia defendería yo, a una democracia oligárquica, de caudillos y doctores que se preocupan solamente del bien de unos pocos pero no del bien en general. Los doctores como no pueden adquirir poder por el peso de las armas lo que utilizan es el servicio de los caudillos, e introducen sus ideas en las políticas de gobierno, y creen que quitando leyes se cambia un país cuando en realidad se cambia en la vida cotidiana, en una democracia que se practica cada día.

 A Varela no le importa demasiado una democracia que ha tenido 19 subversiones, revoluciones y actos de violencia en 25 años. Pienso que a Varela lo que le importa es la construcción de las condiciones para desarrollar una democracia realmente sólida y profunda. Pensando en una democracia basada en la educación de todos, es que Varela aceptó ese cargo.

 

Más allá de este libro, usted es uno de los pocos autores que siguen novelando sobre la historia. La novela histórica hace unos años tuvo un auge, una especie de moda. Muchos escritores escribían sobre eso...

 —Yo nunca seguí la moda. Escribí lo que se me antojó. La vieja fórmula de que uno escribe la novela que quisiera leer, en mí se aplica totalmente. Si no tuviera proyectos para escribir no me afectaría en lo más mínimo. Me dedicaría a leer y punto, porque no tendría nada sobre lo que desearía leer.

La novela histórica que a mí me gusta es donde hay una operación como de pasaje alquímico de los tiempos. Así como el alquimista del medioevo buscaba transformar el plomo en oro, yo de algún modo siempre trato de escribir sobre el pasado, respetándolo al máximo posible; pero con la característica de que soy novelista.

Me pareció mucho más fácil escribir sobre la anestesia de las conciencias de los militares cometiendo las atrocidades del siglo XX analizando la conciencia de un excelente militar como lo fue Bernabé Rivera, que ha pasado a la historia, lamentablemente, como el último hombre del círculo de Rivera que aceptó exterminar a los indios. Es decir, perpetrar un genocidio, porque el genocidio se perpetra matando y al mismo tiempo dispersando.

Hablando del pasado, en realidad uno habla del presente, sin los prejuicios que tenemos sobre la realidad presente. Es como que cortamos los cables de nuestras fobias, de nuestras filias; y la idea mía es que el lector decidiera. Acercarle al lector un expediente donde estuviera la demanda, la contrademanda...


Aplicando su profesión de abogado.

—Exactamente. Donde estuviera toda la prueba y el alegato, pero no la sentencia. Que la dicte el propio lector.

Yo he escrito cosas que no son novelas históricas. Qué culpa tengo que ahora lo que me interese sea esta novela, que es una historia de Berro (Bernardo) y Flores (Venancio), aparte de una novela de Varela.

Si tuviera un interés de seguir la moda o las necesidades del mercado escribiría una novela sobre Artigas, que buena gana tendría de escribirla, pero es tan grande el tema que tengo miedo de sucumbir en la empresa.

Por ahora estoy con esta. Después otra que de alguna manera es histórica: los últimos años de Dostoievski.

 

Dostoievski, otra de sus preferencias.

—Sí. A mí me apasiona la novela policial, por ejemplo. Tengo ganas de hacer una novela sobre Figari abogado. Un caso policial protagonizado por Figari.

 

¿Cómo ve el mercado del libro y la llegada del libro a la población?

—Siempre es perfectible, pero considero es que al lector no se le puede imponer determinado libro. El mercado lo único que tiene de bueno es que ofrece la libertad que a veces es malograda.

 

Pero el libro todavía sigue siendo un elemento suntuario para una enorme mayoría de la población.

—Eso es lo que de alguna manera intenté enfrentar durante mi gestión (al frente de la Biblioteca Nacional, en el anterior gobierno). Estamos en una gran crisis de soporte del libro. Para poner al libro al alcance de todos, es inevitable el soporte electrónico, no desplazando al soporte de papel. Explotando las ventajas que tiene el soporte electrónico en algunas zonas, y eso es la democratización del libro. Pienso mucho en las bibliotecas basadas en tecnología electrónica.

El soporte electrónico va a permitir fundamentalmente el préstamo bibliotecario, la democratización de un acervo bibliográfico que no sea sólo montevideano, sino de todo el país. Y eso tarde o temprano va a pasar.

En Uruguay noto un mercado atento; la prueba, esta: este libro de Varela no ha tenido cobertura crítica, o ha tenido cobertura mala, no porque fuera hostil, sino porque se ha escrito sin haber leído el libro. Hay quien escribió que el libro está escrito por la hija de Varela, cuando en realidad está escrito por Josefina Péguy. Lo cual me demuestra dos cosas, que no está familiarizado con Josefina Péguy, que es una vieja narradora de mis novelas, y al mismo tiempo que no ha leído este libro y sin embargo no tuvo empacho en publicar una nota. O ese mismo crítico lo pone a Latorre como narrador cuando Latorre no narra porque el libro se abre con una carta diciendo que no tiene el menor interés sobre su pasado.

Bueno, este libro tiene vendida una primera edición de 4 mil ejemplares, agotada. Ahora tiene una segunda y en 8 meses va a lograr el objetivo que tenía trazado de 6 mil ejemplares. Eso en España es muy poco, en Uruguay es mucho.

 

Usted está en el Centro Histórico y Geográfico de Soriano, una institución fundada, entre otros, por el profesor Washington Lockhart, una persona con la cual mantuvo una controversia hace algunos años.

 —No, vamos a aclarar...

 

¿Qué sentimiento le provoca eso?

 —Las vueltas de la vida. Primero, el que tuvo problemas conmigo fue Lockhart, yo nunca lo ataqué, ni siquiera le contesté más que para aclararle. Además no quiero entrar en lo que para mí fue una mala lectura que hizo don Washington. Soy un gran admirador de la obra de Lockhart por dos razones fundamentales: es una obra que se hizo desde el interior, con muchísima seriedad. Compartiendo o no su orientación. El último Lockhart, precisamente el que hubo después de la querella por Bernabé, no es un Lockhart que me llegue demasiado. Pero tengo que reconocer que hizo una genial anticipación de lo que hoy discute el mundo. Lockhart tenía el enfoque del pensamiento marcado por los electrones de nuestras neuronas. Un pensamiento hasta biológicamente o mecánicamente programado, y es lo que hoy discute el mundo. Y antes de eso fue el trafoguero de esta magnífica institución y el director de un liceo, el maestro de maestros, el profesor de profesores. Aparte de eso en una época en que hablar del cristianismo era hablar de una mala palabra; mucho antes de la creación del Frente Amplio. Después, como entramos los cristianos al Frente Amplio, a un partido progresista, se atenúa la palabra, pero en un determinado momento era una condición degradante, y Lockhart escribió sobre el cristianismo. Y nunca tuvo vergüenza de serlo, de reconocer su fuente en el pensamiento cristiano.

 Lo que siento eso. Son las vueltas de la vida. Es como si el espíritu de don Washington estuviera de algún modo ofreciendo la reconciliación, que acepto de inmediato.

 

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