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Cien Años del “Montaraz”
Un homenaje a la inmortalidad de Máximo Cenoz Sendic
Un homenaje a la inmortalidad de Máximo Cenoz Sendic

(escribe Sergio Pérez) En el vasto tapiz de la historia cultural de nuestro país, rara vez se entrelazan los hilos de la humildad y la grandeza de manera tan armoniosa como lo hicieron en la figura de Máximo Cenoz Sendic. Al conmemorar el centenario de su nacimiento, este 11 de enero de 2024, se hace imperativo recordar a este faro de sabiduría, cuya vida se cimentó en la profundidad del conocimiento rural y una humildad tan inmensa como su espíritu.

Su nombre resuena con la profundidad de las tradiciones y la tierra misma. Nacido en el latido puro del campo, donde las aguas del Yí y el Arroyo Malo se entrelazan, su vida fue una sinfonía pastoral, tejida en los vastos campos de Uruguay. Criado en un hogar donde la laboriosidad y la austeridad eran tan naturales como el aire que respiraba, “Maximito” emergió como un símbolo viviente de la esencia gauchesca, anclada en el amor por la tierra y la familia.

Con su esposa y sus seis hijos, o "pichones" como cariñosamente los llamaba, Maximito compartió no sólo su vida sino también su pasión por la crianza de ganado - Hereford, Corriedale y los nobles Criollos, en particular, sus “moros”. 

Pero más allá del sudor de la jornada, encontró refugio y expresión en la poesía, su "afición innata de enhebrar rimas". Lo que comenzó casi en juego, rimas esporádicas como cartas a amigos entrañables, floreció en una colección de obras que él humildemente denominaba "mis sancochos líricos".

Estos versos, nacidos del alma y del humor de la vida campestre, habrían permanecido ocultos si no fuera por la insistencia de sus amigos y la dulce conspiración de sus hermanas. Ellos vieron el valor en sus palabras, un tesoro lírico que merecía ser compartido más allá de los límites de su rancho.

Mi primer encuentro con don Máximo fue en el año 2003, en la celebración del septuagésimo cumpleaños de César "Titin" Aguiar, otro emblema del tradicionalismo nacional, en su finca "Ña Rosaura", ubicada en los alrededores de la ciudad de Cardona, departamento de Soriano. Aquel día, además, conocí a Walter "Serrano" Abella y Edgar "Terito" Da Silveira, figuras igualmente entrañables. La aparición de Máximo, con su calvicie señorial y ojos radiantes de paz, evocó, no se porqué, en mi la imagen venerable de mi abuelo materno.

Nuestra conexión fue instantánea, propiciada por mi guitarra y una afinidad musical inmediata. Esta afinidad se transformó en una amistad que floreció a pesar de nuestra diferencia de edad, que luego se transformaron en visitas frecuentes a Cardona y a Cuchilla del Perdido. Un recuerdo particularmente emotivo fue el homenaje a Tomás Marino González Cardona, en la Escuela Rural No. 85 de Altos del Perdido. En ese evento, compartimos momentos con Abel Soria, su compañera Irma, y otros como Daniel Guerra, Miguel Angel Olivera, Carlos Bionda, Roberto González del Castillo, Nando Benia, Nelson Pérez, Bernardo Steiner, Hugo “Chupete” Morales y el “Serrano” Abella. 

Con Máximo además, teníamos varias puntas que nos ataban. Una de ellas era Alberto Ulián, quien había sido uno de mis maestros de guitarra y a quien él dedicó su poema “Navidad en mi guitarra”, que son realmente emocionantes, y en lo personal, llegan al alma. Pero además de eso, Cardona tuvo siempre un rescoldo de cariño para Maximito, ya que como criador de corriedale, tenía un gran afecto por varias personalidades. En especial, por el Ing. Agr. Humberto Iraola, palabra mayor en la cría de la raza y símbolo irrefutable de la cultura ovina nacional. En “Semblanza”, Maximito dedica sus líneas al Ing. Iraola de la siguiente manera: 

(fragmento) 

“Es una palabra sola
sinónimo de amistad
¿un amigo de verdad?
¡Iraola!

Máximo, siempre firme en su presencia, anhelaba estos encuentros con amigos, que para él eran verdaderas celebraciones de la vida. Esto se refleja en sus poemas, especialmente en su obra "Los versos del Montaraz", donde su seudónimo literario encierra una pluma fina y un conocimiento profundo del campo y nuestra cultura.

Recuerdo con nostalgia sus susurros durante las sobremesas, invitándome a cantar, mientras compartíamos un paquete de Nevada chico y una copa de vino. Sus preferencias musicales se inclinaban hacia Wenceslao Varela y Santiago Chalar, cuya devoción se reflejaba en sus propios versos.

El 8 de diciembre de 1977, Máximo honró a Wenceslao Varela con una serie de décimas tituladas "Bodas de Oro". Este acto de homenaje se convirtió en el más valioso reconocimiento que Maximito brindó al poeta, a quien veneraba como el “apadrinador de sus versos”, esos "versos baguales" que siempre entregaba "sancochos". La ocasión fue un tributo organizado por la Sociedad Criolla "Wenceslao Varela" en el predio de la Sociedad Capitán “Manuel Artigas” de San José, celebrando el medio siglo de poesía del ilustre poeta maragato.

(fragmento)

“Jué con enorme alegría
y con profundo respeto
que de Don Claudio Servetto
-    Servetto Cortabarría – 
criollo pueta de valía 
recibí en sobre cerrau
por el que soy convidau
a unos festejos ¡tamaños!
al cumplirse cincuenta años
de sus puesías: Wenceslao.”

Nuestros encuentros se dieron también en la Sociedad Criolla "La Lata Vieja", santuario de la tradición donde los hijos de Cardona, de estirpe auténtica, custodiamos con fervor las raíces profundas de nuestro ser. Aquella posta de diligencia, que presenció la entrega ferviente de "Titín" Aguiar, quien, con ardiente pasión por nuestras costumbres, supo acoger entre sus muros y rejas a legiones de amigos, orgullosos custodios de nuestra herencia. Y entre esas paredes cargadas de historia y de ecos de pasos ancestrales, marcó su ineludible presencia don Máximo Cenóz Sendic, cuya figura se erige como pilar de nuestras más ricas tradiciones criollas. 

César “Titín” Aguiar, fue uno de los autores del prólogo del libro de “Los versos del Montaraz”. Y como fue gracias a él que conocía a Maximito, fue inevitable traer sus líneas a este artículo conmemorativo. 

“La familia Cenoz - Sendic, retoño oriental de mejor cuño del árbol de Guernica, ha encarado la recopilación del trabajo poético de uno de sus miembros, mi buen amigo Maximito Cenoz. 

Al mismo tiempo me han solicitado afectuosa e inmerecidamente, escriba breves palabras a manera de prólogo.

Este trabajo presume ser, raíz que siga nutriendo un tronco de unión familiar con las nuevas generaciones y con el entorno amistoso de ese grupo, en el que nos
contamos.

Es un desprendimiento afectivo para compartir entre quienes sienten y quieren las cosas nuestras. Pero vamos al "meollo" de la cosa, ya que a los vascos no los caracteriza la exuberancia de la palabra, sino la profundidad del contenido.

Dirigiéndome al lector, debo presentar al autor, que tímidamente nos ha hecho conocer algo de su labor literaria, bajo el seudónimo: "El Montaraz".

No podríamos recurrir al elogio fácil, por el solo hecho que la humildad de Máximo lo rechazaría.

El tiene un espacio propio dentro de la familia, de sus amigos y especialmente dentro del huerto de sus sueños, que cultiva muy adentro.

Su poesía, es como el agua pura de las cachimbas en que todo sediento pueda beber; en ellas se reflejan el titilar de las estrellas del espíritu, amalgama en el verso, atrapando todo lo bello de las figuras que admira.

En primer lugar la paterna; el "Padre nuestro, que estas en la estancia", resuena como oración profunda que llenará una nave bizantina de recogimiento respetuoso.

Seguirán vivos personajes como "Exaltación" alias la Gallineta, paisano simpático, si los hay.

Pancho Gurbindo, prototipo de generaciones anteriores, de los que no quedan, forjados por la vida recia, a martillo y bigornia, como sus frenos o espuelas. 

El autor se identifica con ellos, contagiándonos su afecto por "Los Moros", poesía en la que aflora la pasión por el caballo criollo de ese pelo, heredada de sus mayores, en la que el campero y el poeta son la misma cosa.

Recitada en noches de fogón y guitarra, o en tertulias de vino y pasteles al terminar una yerra, ha sentido vibrar a más de un paisano emocionado.

Emulando, por rara coincidencia al Dr. Elías Regules, encontró entre los Montes del Yí, la resonancia para sus versos y el eco de trino de mirlos, envueltos en aromas de pitangas en flor.

Este escenario de su juventud, lo lleva grabado muy adentro en su madurez. 

Dejo para el final, sus quilates de tradicionalista, faceta que ha hecho se le nombre "Patriarca de la Tradición" a nivel nacional. 

Y así, con los colores pobre de mi paleta, he querido pintar al poeta, al gaucho, pero sobre todo gran amigo.”

Walter “Serrano” Abella, quien compartió instancias innumerables con Maximito, solía parafrasear al gran Atahualpa Yupanqui para referirse a su persona. “Desde que conocí a Don Máximo, parte de la sextilla Yupanquiana la he asociado permanentemente con él:
..."rico de lindas riquezas: guitarra, amigos, canción..."

Por ahí guardo unos versos, que contestan unos que pretendían serlo, de mi autoría, y que se detienen en aquella recorrida juntos de Cardona a la Meseta de Artigas en Paysandú, y que denomináramos "el trillo de La Redota"... Juntos a innumerables amigos - algunos que ya no están físicamente, como el vasco Almirón, cuya presencia enorme sigue acompañando la amistad y este transitar por la vida de cada día.

Don Máximo tiene además mucho de aquel personaje Don Segundo Sombra. Rico en conocimiento de cosas de campo, fiel heredero de un modo de vida, y no de un medio de vida, los anda llevando con humildad casi silenciosa. Siempre me llamó la atención su mansedumbre agazapada de conocimiento, su humildad que es seguramente un eslabón del gaucho que enterró la soberbia y la paquetería de estos tiempos globalizados.

Sus versos vienen de los rodeos, de las tropillas, de la forma de vida que aún guarda el campo, pero Don Máximo los nutre fundamentalmente de las cocinas de estancias, de los peones, capataces, puesteros. Y es el alma de esa gente que asoma retratada en sus hallazgos de buenas rimas y puntillosa medida.

Hay un cielo que se muestra a todos pero no todos son capaces de verlo.

Don Máximo guarda en la luz de sus pupilas mansas todo un cielo de estrellas, ese que se tira en inmensidad de sombra sobre la tierra, cuando uno al fin de la jornada de tropa, le siente el latido con el basto por almohada.

Ese cielo lejano, misterioso cuya inmensidad nos enseña rápidamente a recobrar nuestra real dimensión...”

Recientemente, en la víspera de la Navidad, el poema "Navidad Gaucha" de Máximo Cenoz Sendic resurgió con una vitalidad deslumbrante, invocando el espíritu de la festividad a través de sus líneas llenas de vida y tradición. Era como si Maximito, en esa noche sagrada, volviera a caminar entre nosotros, permitiéndonos experimentar nuevamente su presencia cálida y su profunda fe cristiana.

La poesía de Máximo Cenoz, con su vívida representación del nacimiento y vida de Jesús en el marco de la cultura criolla, es un ejemplo magistral de cómo la espiritualidad puede entrelazarse con el contexto cultural. Esta pieza no solo narra una historia, sino que reinterpreta un relato sagrado a través de la lente de la vida rural y las tradiciones gauchescas.

El poema comienza con una escena de nacimiento humilde y natural, vinculando la llegada de Jesús a la de un niño gaucho, nacido entre el pasto y bajo el cielo estrellado del campo. Esta imagen pastoral establece un tono de sencillez y pureza desde el principio.

La poesía continúa con la transición de Jesús hacia su juventud y su labor de guiar "las almas de los cristianos" al "potrero de la Gloria". Cenoz emplea metáforas de la vida campestre para describir la misión espiritual de Jesús, pintando su enseñanza y milagros con pinceladas del campo, como si fueran escenas de una estancia celestial.

El carácter de Jesús se destaca por su humildad y mansedumbre, cualidades admiradas en la figura del gaucho. La poesía subraya cómo Jesús podría haber optado por la soberbia pero eligió ser prudente y humilde, predicando más a través de sus acciones que de sus palabras, otra resonancia con el ethos gaucho de hablar poco y hacer mucho.

Hacia el final, el poema aborda la crucifixión de Jesús con un sentido de injusticia, pero también con un reconocimiento de que su muerte física lleva a la espiritualización de su mensaje. El acto de compartir sus pertenencias y su aceptación final de su destino se presenta como un acto de bizarría en defensa de sus ideales, un paralelo con la valentía del gaucho frente a la adversidad.

Esta poesía no es solo una narración de la vida de Jesús sino una reinterpretación cultural que coloca su historia dentro del marco del gaucho oriental. También sugiere una universalidad en la historia de Jesús, afirmando que su mensaje trasciende el tiempo y el espacio, encontrando paralelismos incluso en la cultura gaucha. La obra es un vínculo entre lo divino y lo terrenal, lo espiritual y lo cultural, presentando a Jesús como el "primer gaucho", un título que denota tanto respeto como una profunda conexión con la identidad nacional de nuestras tradiciones.

“Por lo criollo de su cuna
como empezó este relato,
por lo digno de su vida
y por su muerte, ¡ a lo macho!
-en defensa de su Patria-
no les quede duda hermanos:
que en aquella Nochebuena
en tiempo y lugar lejano,
al nacer el Nazareno,
con El, ¡ nació el primer gaucho!”

El último encuentro con Máximo fue en la casa de su hermana en el Prado, en la calle Buschental. Allí, fuimos junto a Carlitos Bionda quien solicitó su autorización para grabar el poema "Los Moros" en su disco "Sentimiento Patrio". La despedida final de Maximito, en el Cementerio de Santa Lucía, fue un adiós difícil a un gran amigo que en tan poco tiempo me enseñó tanto y dejó una huella imborrable en el corazón de quienes lo conocieron más profundamente. 

Hace poco tiempo, me enteré que sus cenizas fueron esparcidas en los campos de “Rincón de Cenoz”, la tierra que lo vio nacer y que tanto amo y dedicó su vida. 

Hoy, al recordar al Maximito, con quien sembramos tantas cosas lindas en tan poco tiempo, veo florecer en mis momentos de encuentro con el instrumento, esa sonrisa pícara y esa voz mansa, susurrando espectralmente: “está lindo para escuchar un rato la guitarra”... Y hoy, a pesar que hace años no me acompaña, he querido encender un cigarro, en compañía de una copa de vino, e interpretando los versos de "Un pedido" de Wenceslao Varela, recordando cómo Maximito me señalaba las décimas faltantes, en un acto de interpretación magistral que encapsula su profundo entendimiento y amor por los versos criollos.

Entrado en el invierno de su vida, Maximito se contemplaba como parte integrante de la flora de su amada tierra. Así como los árboles de hojas caducas, sentía la pérdida de sus propias hojas, arrancadas no por el cruel desdén del tiempo, sino por "vientos fraternos y amistosos" que, en su despedida, le habían dejado desnudo pero también purificado, listo para enfrentar el ocaso con la dignidad de los antiguos poetas del campo.

Su obra es un testimonio de la vida rural en su forma más auténtica, un legado que permanecerá como un eco de la voz de nuestra tierra, resonando en las generaciones futuras que buscarán en sus versos la sabiduría y la belleza de un tiempo más sencillo y sin embargo, infinitamente rico.

Seguramente Maximito, andarás por los campos de la “Estancia de San Pedro”, montado en un moro, ya entrado en la eternidad, con la frente bien enhiesta al trote ¡y de pierna abierta!



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